Franco, principio de rabia

En estos días en que Bohemian rhapsody ha estado en boca de todos fue imposible no asociar a la travesti de espaldas que hay al fondo del escenario con Freddy Mercury en I want to break free. Creo que los catalizadores de asociación son el corte de pelo de esta mujer que permanece de espaldas al público, y que cerca de sus tacones comienza el carrito de limpieza con plumero incluido. Como está en la parte profunda, por el efecto de cierre hacia el centro de las paredes las cosas a su alrededor parecen más chicas y la altura de la mujer se agranda al contrastar con la otra persona sobre el escenario, Franco. Él, en el frente del escenario, lleva traje de carabinero y una máscara de payaso sombrío. O quizás tiene el maquillaje chillón pero la expresión facial es seria y violenta. Las paredes del escenario son de un plástico blanco brillante que parece más de un laboratorio que del calabozo de la comisaría donde está encerrado Franco, el homologo protagonista de este monólogo. Franco toma el micrófono y con grandes gestos comienza a contar su historia.

“Estar encerrado tras esa careta lo ha puesto de ese lado de los barrotes”

En una primera impresión la máscara parece de yeso o papel maché, pero resulta ser de látex. También la materialidad del rostro es cuestionada, resignificada. Franco escucha lo que dicen sus compañeros sobre él, tiene buen oído, dice, súper buen oído. Y para probarlo se lleva una mano a la oreja y la tira, alargando la expresión de lamento. Suelta la oreja y el plástico suena al golpearle el rostro. Respira. La voz sale distorsionada por los altavoces, con un sonido de asfixia que raya en la claustrofobia cuando intenta quitarse la máscara con desesperación y forcejea contra el látex que constriñe su cabeza, se pone rojo, respira, respira tan cerca, tan agitado, tan rojo y sudoroso. Estar encerrado tras esa careta lo ha puesto de ese lado de los barrotes, y vamos a ver a Franco por varios momentos de su vida que de alguna forma intentan explicar porque mató a golpes a una travesti en la calle, con testigos y en presencia de otro carabinero.

Dios sabe que quiero ser libre

Uno de los motivos principales de la obra es que Franco calla su sexualidad, la guarda en un rincón privado de su ser y se pone una máscara para integrarse al grupo de la comisaría donde presta servicio. Va a las discos con sus colegas uniformados, baila reggaetón sucio hasta abajo, se emborracha, entra a robar a casas desocupadas. Es una alegría falsa que contrasta con la expresión pura de felicidad que tiene Franco al narrar su primer acercamiento íntimo a otra persona.

“No es uno cuando tiene el uniforme y otro cuando anda de franco”

“Me besó” dice Franco, “fui tan feliz”. Está hablando de su primer beso, después de clases pero en la sala. A escondidas, entre risas, en un acuerdo logrado sorteando el silencio con miradas cómplices. Y ahí estaba él, un niño de provincia en el internado, besándose con otro hombre. Sonríe tanto al recordarlo y volver a ser ese niño de 13 años y además estira las palabras para darle énfasis a su felicidad, y todo esto con una voz modificada que termina siendo como la del Gato Juanito de Cachureos, chillona y añiñada. Sonríe, apoya su cabeza contra el muro y deje que sus pensamientos fluyan a la felicidad previa a la tormenta.

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Tormenta que se llama madre. “¿Es verdad que te andabay besuqueando con otro hombre?” La mamá de Franco no se anda con medias tintas ni está dispuesta a arriesgar su reputación porque su hijo no sabe comportarse como el resto de sus compañeros. No, ella le va a enseñar, ella lo va a corregir. Aquí nace la careta del futuro carabinero, aquí encierra una parte de sí en su interior, donde solo Dios puede verla. Es que él no lleva una doble vida, no es uno cuando tiene el uniforme y otro cuando anda de franco, es siempre el que se niega.

¿Mercury o Lucho Barros?

La obra muestra una institución que permite conductas heteronormativas violentas que reprimen la personalidad de sus funcionarios, generando violencia. Si bien en la vida adulta de Franco esta represión ya la vimos en su madre, en sus compañeros de internado, es cuando usa el uniforme donde se siente amenazado por esta parte de su vida que ha silenciado durante años.

“Es saludado con cariño y él responde con un botellazo”

La puesta en escena es bastante contemporánea, la música envasada nos lleva desde una discoteque a ambientes oscuros, la luminosidad del escenario entrega reflejos distorsionados. Tres extras de diferentes tamaños se ponen el mismo modelo de máscara y miran a Franco sin decir ni hacer nada, sin quiera mover sus vestidos mientras juzgan al uniformado. Se cuestiona la materialidad del espacio institucional y personal, generando la pregunta de si es Franco o el amigo de la niñez que se vuelve travesti quién vive en un disfraz.

Lucho Barros canta Señor Abogado, explicando que mató a la amada por amor. Es una antítesis. En internet igual se dice que Franco está contando sus experiencias a una abogada. Él no mató a una mujer, pero sí al personaje femenino. Lo mató porque era la única persona que lo conocía sin máscaras, sin interpretar roles para una madre que lo rechaza, para una institución que se manifiesta viciada, para amantes de disco. Tras décadas sin verse Franco y su primer amor se encuentra, es saludado con cariño y él responde con un botellazo. Juzgue usted. Decida usted si ver obras donde los travestis son el chivo expiatorio u obras donde las minorías sexuales tienen tanta vida como Freddy Mercury.

Dirigida por Alexandra Von Hummel, Franco es la primera parte de la trilogía Rabia, que escribe María José Pizarro.

Si bien las presentaciones en Gam terminan este sábado, Franco vuelve en enero para ser parte de la programación de Santiago a Mil en el Teatro La Memoria.

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