Raquel Yuhaniak | Tejiendo diálogos matéricos

La artista chilena Raquel Yuhaniak se dedica al arte textil. En los últimos tiempos quedó fascinada con el cobre y decidió experimentar tejiendo cruces entre este mineral y otros materiales. El resultado, más allá del valor estético que obviamente buscan sus trabajos, es sorprendente: un inesperado diálogo que, desde aspectos ancestrales, abre puertas y oportunidades creativas.

En su casa, en las alturas santiaguinas, Raquel Yuhaniak indica un chal tejido completamente en cobre, livianísimo y resplandeciente, elegante como una prenda a la moda y precioso como una pieza antigua de museo. Cuelga en el aire cubriendo los hombros de una imaginaria mujer. Sin embargo, pese a que Raquel sea chilena y actualmente ocupe como elemento creativo algo tan simbólico para este país, tal y como es el cobre, no hay en sus obras una intención socialmente emblemática relacionada al mineral. Sencillamente le encanta el material en sí por las posibilidades que le brinda y por cómo se comporta al ser trabajado: sobreviviendo y poniéndose más lindo, marcando su historia.

“No tiene que ver directamente con que el cobre sea un elemento representativo –dice Raquel– sino que me daba tantas posibilidades que no fuesen tan tradicionales: por ejemplo este chal yo lo puedo tejer en hilo, pero tejido en cobre tiene una expresión completamente distinta. Ocupo el cobre natural, lo oxido buscando en diferentes maneras porque cada una me proporciona tonalidades diferentes, lo mezclo con otros materiales como el lino o la arpillera. En fin, me fascina el cobre porque envejece y sigue siendo lindo; se puede manchar, puede tomar otro aspecto, pero sigue siendo noble”.

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La clave para entender la muy variada obra textil de Raquel está en la mismísima relación interior, en la fascinación mejor dicho, que se genera entre ella y la materialidad a tejer. Como cuando, por ejemplo, cuenta de aquella pieza en la que juntó seda y cáñamo viendo cómo, al arrimar dos texturas aparentemente tan opuestas, lograba –en cambio– sublimar el alma profunda que cada una lleva dentro de por sí. Una interioridad matérica dispuesta a dialogar, un escondido umbral hacia nuevas posibilidades y desafíos creativos. “Para mí lo entretenido es que los materiales conversen, ver lo que se aportan mutuamente. He usado muchos tramados de cobre y eso es entretenido porque hasta se vuelven cinéticos. Hice unos trabajos de puro tramados, se llaman Trabajos de Cobre y Alpaca porque quería llegar del color cobre al plateado. Entonces hice la incorporación. Cuando sacamos las fotos, para una expo en NY, resulta que la ampliación se veía como arte cinético. Y con mi arte voy haciendo estos descubrimientos. Es rico que también me sorprendan”.

De hecho, conversando con Raquel, queda claro que: si por un lado el fin de sus trabajos es obviamente estético, como en el caso de los sobremesas; es igualmente cierto que cada obra que ella realiza esconde otras facetas, otros estímulos, que surgen por sí solos. Como si estuviesen ya contenidos en el material y en el tramado con los cuales trabaja, y solo esperasen ser derramados tras el gesto del tejer o tras ser cruzados con otras texturas. Uno de estos aspectos es, sin duda, un desborde de lo textil hacia universos artísticos impensados. Pues, observadas desde otro punto de vista (las ampliaciones fotográficas por ejemplo), las obras de Raquel Yuhaniak parecen invadir nuevos territorios creativos: el caso del arte cinético, como se ha mencionado.

Crossing Coppers 112Otra importante faceta se relaciona con una profundidad –una espiritualidad laica, se podría afirmar– estrictamente atada con cierta dimensión primordial del ser humano: el acto de descubrir tocando una textura, la capacidad manual de percibir las diferencias entre una y otra tela, un gesto artístico, el de tejer, que remonta a una antigua tradición manual opuesta al mundo industrial. Una actividad que desde siempre se ha desarrollado en el hogar y que presupuso un intercambio de conocimientos intergeneracional, una forma de trabajo solitaria y casi meditativa, una producción creativa que, por el esfuerzo y la paciencia que conlleva, en algo se parece al un verdadero nuevo nacimiento.

“Yo hago solo lo que puedo hacer, lo que yo manejo… Aquí no hay industria, no hay maestros, no hay ayudantes, no hay nada. Todo manual, a lo antiguo. Y eso tiene que ver con uno mismo, no con terceros; por lo tanto, lo rico es que yo no dependo de nadie y puedo exigirme a mi misma con los ritmos que yo quiera. Yo, conmigo. Además me gusta mucho pensar en esto como algo tras-generacional: la historia se traspasa, yo recibo de mis padres y les lego a mis hijos… es como tuviese que ver con la maternidad misma”, concluye la artista.

En su casa, en las alturas santiaguinas, Raquel Yuhaniak entra, finalmente, a su taller: es pequeño pero ordenado. Ahí está el telar: cobre en láminas, hilos de cobre, telas variadas. Todos estos elementos entraman una conversación; una relación que se va generando de a poco, como de a poco se genera el tejido tras el gesto artístico de Raquel. Se trata de un acercamiento, y de las posibilidades que el acercarse brinda, es un tema de pura belleza estética al igual y, sobre todo, de equilibrio. Es cuestión –dice Raquel– de dejarse llevar por el error sacando provecho de él, y a la vez ser capaz y valiente, para entender cuando llega el momento de detenerse. Es tradición que no cae en lo arqueológico, sino que busca siempre un nuevo y peculiar lenguaje propio. Un lenguaje que, tal y como a menudo ocurrió en la historia del ser humano, deja de ser artesanía y se vuelve arte.

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