Hungría | Pintura | Bardon Barnabás

Sin dioses no habría historia

Entre la razón y las pulsiones, Barnabás Bardón nos recuerda la mitología griega, y a la vez que nos invita a reflexionar sobre los conceptos de belleza, del ser humano, de la neutralidad y la naturaleza.

La transparencia se hace consistente a través de la mirada de los seres hermafroditas de sus pinturas. Capas suaves, débiles, con pequeños espacios negros, fuertes, rupturistas. Cada ser con un animal, un objeto y un paisaje montañoso. Las obras de Barnabás Bardon cautivan por sus mensajes subliminales, por la intención que suponemos, por la imaginación que convoca y por los recuerdos de la mitología griega.

Bardón vivió los primeros 12 años de su vida en un pequeño pueblo de Hungría. Rodeado de animales, naturaleza y sol, donde no había nada que representase o pudiera acercarlo al arte. Nada evidente ni directo como galerías o museos, solo una iglesia con objetos religiosos y estatuas que podía tocar y las cuales causaron un poderoso efecto sobre el artista. Es desde estas experiencias que sus creaciones se acercan a la religión y recuerdan con un estilo figurativo la historia clásica europea a través de seres hermafroditas.

Pero entre sus influencias directas el artista también destaca la filosofía nietzscheana y “sus personalidades apolíneas y dionisiacas. Con Apolo representando lo racional y la razón, mientras que Dionisio simboliza lo irracional, lo caótico y la persona eufórica”, explica el artista que igualmente quedó marcado por la película Satyricon de Fellini, la cual se conecta con el tópico del hermafrodismo en muchos niveles.

Inocencia, permanencia y silencio

“Creo que los hermafroditas son los seres más hermosos y puros de la mitología griega, porque no son ni hombre ni mujer, es solo uno. Es perfecto para demostrar al ser humano común y corriente que quiero representar: sin género o sexualidad, solo un ‘ser humano’ en estado puro”, explica Bardón al ser preguntado sobre sus personajes que parecieran ser hermafroditas, andróginos o asexuados, pero tal como él explica, la identificación es clara, profunda y se arraiga en el principio de las historias europeas, en el hecho de que “los hermafroditas demuestran un ideal humano positivo que se puede amar y orientar o considerarse como normal. Este es el caso de Hermes, mensajero de los dioses, y de Afrodita, diosa del amor y la belleza; Hermes no es un ser feo o malévolo, sino que es la forma genética en la mitología”, explica el artista.

Y es gracias al creador de la lira, hecha tensando cuerdas sobre el caparazón de una tortuga, que el artista adquiere el fundamento para su obra. El bien y el mal se conjuga y debate entre la palidez del color y la fuerza de esa mancha oscura en cada uno de sus trabajos, las cuales son una especie de lucha entre la paz y la pureza con lo negativo y agresivo de la humanidad; entre lo apolíneo y lo dionisiaco, y en el centro lo neutro. El ser que no nace bueno ni malo por naturaleza según los contractualitas debatían, el ser que aparece anterior a nosotros mismos, que para Platón era perfecto por ser ambos a la vez; el ser que en la actualidad trata de ser aceptado/adaptado a un mundo que se ha acostumbrado a la dualidad más allá de la unidad.

En esta lucha de antagónicos la obra de Bardón es fuerte, impacta y genera una profunda reflexión entre las pasiones y la razón; entre lo que debemos y lo que queremos; entre nuestro inconsciente que desea matar y colmar con un acaloramiento expulsivo/explosivo, a la vez que nuestra mente nos apacigua, calma y detiene. “Mi meta es representar el silencio, la paz y la pureza por medio del énfasis del lado apolíneo de la personalidad del ser humano. Donde los tonos negros en la superficie de las pinturas representan la humanidad, lo negativo, el lado dionisiaco. Sin embargo, esto se encuentra en armonía con el resto de la imagen porque no puedes tener a Apolo sin el caos de Dionisio”, cuenta el artista.

Entre estas dualidades se encuentra la pregunta sobre el idealismo y la belleza, conceptos que fueron abordados desde los sofistas en adelante y que ha cautivado al ser humano tanto por su versatilidad de definiciones como por las experiencias sublimes que a ello se asocian. Pero ¿dónde encontrar la belleza? ¿Cómo acercarnos a ella? ¿Es esto algo adepto a los sentidos o implica un conocimiento superior? Un sinfín de dudas pareciera responderse en la obra de Bardón a través de una sencillez inigualable en la tonalidad, que a su vez se hace compleja en la profundidad de la obra por los contenidos que aboca. Y siendo una obra agradable a la retina y provocativa para los sentidos, es también una forma de acercarnos a esa idea de bien superior por el simbolismo implícito en las coronas de laureles, recordatorio de la época clásica; en esos animales que son un retorno hacia lo natural, a su infancia, a nosotros y nuestro origen; en la mirada frontal de un rostro neutro, sin sonrisa, pero con pequeños gestos que hablan de un sutil movimiento; con un paisaje que vio durante sus primeros doce años de vida y que se alejan de las grandes urbes actuales en las que la naturaleza se olvida convirtiéndose en grandes bloques de cemento y vidrio. Y justo ahí, una pequeña parte de las montañas nos conmueve, nos hace pensar en un error y desvía la mirada para centrarse en el negro oscuro que nos aleja de la idea de la belleza o que la hace existir. No hay forma de crear o conocer un concepto sin que tenga un opuesto, no hay forma de que exista lo apolíneo sin lo dionisiaco.

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