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2022 seguro quedará en el recuerdo de los aficionados y exponentes del arte como el año en que la batalla medioambientalista le usó como canal y vulneró sus espacios para levantar sus banderas y objeciones. Resultaron ser la vitrina perfecta: portadas en los medios de comunicación global, levantamiento de acalorados debates digitales en todas sus versiones, más ruido que el que mete el río cuando las trae y una puerta de entrada que a muchos sorprendió por su vulnerabilidad y accesibilidad. ¿Cómo perpetraron tantos espacios públicos, con piezas de valor histórico, cultural, patrimonial y monetario y con tanta facilidad a la luz de los ojos del mundo?
Da Vinci, Van Gogh, Warhol, Goya, Monet, Klimt y la lista suma y sigue. Las performances medioambientalistas se sucedieron en rangos que no superaban una semana e infringieron todas las medidas de seguridad que hasta ahora resguardaban, dando confianza, a los museos más grandes y visitados del mundo, incluyendo al padre de todos, Louvre y su icónica pieza de Leonardo Da Vinci, La Gioconda, también conocida como Monalisa. ¿Pudieron dañarles severamente?
La respuesta es difusa, sin embargo, todos los movimientos implicados en estos hechos declaran públicamente que los actos forman parte de una manifestación disruptiva, pero que nunca consideró dañar la pieza original. Y cuidaron de ello. El resultado de todas estas intervenciones es cero daño a las pinturas, sólo algunas horas en que las obras no estuvieron disponibles para el público y reparos de orden menor en marcos y paredes.
Los espacios muestrales declaraban por su parte que sólo gracias a los resguardos de protección que supone la exhibición de piezas de grandes exponentes del arte de todos los tiempos, las obras permanecieron ilesas y que de no ser por ello, la pérdida patrimonial mundial hubiese sido una debacle.
Los elementos de vandalización fueron diversos: sopa de tomate, harina, pegamento o un pastel, entre otros.  Los movimientos radicales medioambientalistas, arguyen haber buscado un escenario lo suficientemente relevante para la sociedad, para al fin ser escuchados en petitorios que se han extendido a lo largo y ancho de sus países sin obtener resultado. ¡¿Quién lo diría?! Esto resultó y las opiniones que de ellas emanan son diversas, algunas sorprendentes y otras cargadas de agresividad.
Los galeristas, artistas y curadores, reclaman no estar de acuerdo en la coherencia de las acciones y, sin embargo, estar de acuerdo con la causa. Los movimientos en su mayoría juveniles, arguyen la necesidad de reordenar las prioridades y prever las consecuencias del irrefrenable avance del calentamiento global y lo que el cambio climático trae consigo. Junto con ello, implícito está que aquellas piezas vandalizadas, están por debajo en el orden que ellos perciben. En redes sociales los aficionados del arte volcaron ira y condena en diferentes tonos. Y la pregunta que queda de todo esto es ¿qué es lo que consiguió este alborotado final de año?
Los museos han anunciado la posibilidad de un aumento en las tarifas de acceso para invertir en seguridad y resguardo. Los medioambientalistas han afirmado que no se detendrán. Y la detención vendrá frente a la acción ¿de quiénes o producto de qué?
2023 parte con las siguientes preguntas, de mi consideración:
¿Se detendrá esto con el comunicado de grandes industrias anunciando cambios o con el daño real a una pieza de Miguel Ángel, Keith Haring o Frida Kahlo?
¿Dónde deben estar los escenarios para que este tipo de problemáticas se levanten con la seriedad y coherencia necesaria?
¿Por qué el arte pudo parecerles una vitrina atractiva?¿Qué tuvo el arte que otro rubro no?
¿Hay que revertir o combatir la situación o sencillamente dejar que siga su curso?
Leo tu opinión en los comentarios.