En abril de este año, el Museo Jumex inauguró la primera exposición de Urs Fischer (Suiza, 1973) en México. Curada por Francesco Bonami, Lovers abarca más de 20 años de la
producción del artista, su trabajo más reciente, obras inéditas para el museo y el archivo
personal de Fischer para compartir con los visitantes el humor, creatividad y poética dentro de la práctica del artista.
Ligado al carácter lúdico, colorido y divertido de Urs Fischer, la curaduría busca que los
visitantes recorran cada una de las salas del museo –ubicadas en diferentes pisos– como si fuera un pastel de cumpleaños para explorar cada capa/sabor y vivir desde el asombro, el extrañamiento y el cuestionamiento la exposición y las piezas, donde se le “pide al
espectador que establezca sus propias conexiones y desarrolle su imaginación sobre esta
relación”– escribe Bonami.
El recorrido inicia en la galería 3, nos recibe Noisette (2009) una pieza donde sale y entra
una pequeña lengua de plástico por un orificio del muro, un primer acercamiento divertido y extraño para empezar la exposición. Sin embargo, al ligarlo con la idea de ir recorriendo un pastel resulta interesante que lo primero que vemos es una lengua como una metáfora a aquel primer contacto que tendríamos si comiéramos el pastel que se nos está presentando en la curaduría, la primera probada de lo que veremos.
Este piso está dedicado al detalle –es el exterior del pastel– donde se crea un paisaje visual que conjuga las diferentes piezas que alberga la sala para “adentrarse en el estudio del artista y encontrar o descubrir su proceso creativo inicial” –como menciona Bonami–, se nos devela con cada pieza la personalidad de la obra del artista. Así como, los diálogos que Urs Fischer establece con la historia del arte con cada una de sus obras como Moody Moments (2003) donde podemos apreciar la tradición escultórica y hacer un paralelismo con las máscaras mortuorias realizadas antiguamente, la pieza de Fischer se presenta como esta efigie que se aprecia derretida y corroída para enunciar visualmente “a algo o a alguien y recuerdan una ausencia; son dobles y marcadores de posición de personas y cosas que se han ido” –escribe Nicholas Cullinan sobre la obra de Fischer–. Teardrop (2019), también es una de las 34 piezas que están en la galería 3, un pequeño estanque rodeado de plantas donde constantemente cae una gota/lágrima que se filtra del techo del inmueble. Resulta interesante leer la pieza bajo el análisis de Edgar Alejandro Hernández –crítico de arte mexicano– donde la filtración de agua en el edificio “pone en crisis no solo la supuesta neutralidad del cubo blanco, sino que desmonta con humor el aura de estos inmaculados edificios inteligentes” donde una gota se infiltra y corroe a la institución y sus códigos de seguridad-mantenimiento para que la obra viva.
en la escalera y ver Clouds (2002), un adelanto de una de las piezas que veremos en la
siguiente sala: Melody (2019). Una instalación inmersiva que simula gotas de lluvia colorida
que ocupa casi la totalidad del espacio que “ironiza inadvertidamente sobre la tendencia
reciente de los museos de todo el mundo a presentar instalaciones tipo parque de
atracciones” –menciona Bonami–. Melody (2019) interactúa con otras obras como Maybe
(2019) que son caracoles hiperrealistas mecánicos y Dr. Kaltzelberg (Zivilisationsruine) (1999) un juego de espejos y gatos espejo, cada una de las piezas de la sala crea una atmósfera surreal donde la experiencia del visitante se sobrepone al detalle para que la sala se convierta en un espectáculo vivencial.
La última galería destaca por su dramatismo y fuerza –como aquel último bocado de un
pastel de cumpleaños– donde encontramos al centro Things (2017) una escultura de gran
formato de un rinoceronte plateado con incrustaciones de objetos de uso cotidiano que hace una crítica al consumismo. En la misma sala, observamos Eugenio & Esthella (2021-2022) y Kembra & Spencer (2021-2022) esculturas de parafina que van degradándose con el paso del tiempo; ya que, por su materialidad van derritiéndose y consumiéndose. Ambas piezas, también evidencian la relación de Fischer con la historia del arte, donde el dramatismo de estas obras y su corporalidad nos remiten a las esculturas del barroco, son una “pietas contemporáneas que citan las obras maestras de Miguel Ángel” –menciona Bonami–.
Si bien la curaduría nos invita a un recorrido divertido y alegre, donde la celebración y el
juego busca que los visitantes tengan una experiencia “poco institucional” donde “el objetivo de este espectáculo es que sea una experiencia hermosa y emocionante de ver. Como un juego para que los niños se entretengan en el parque mientras los adultos se divierten mirando” –comparte Bonami– el recorrido dista de lo anterior. Como bien sabemos, las exposiciones de esta naturaleza potencian las visitas e interacciones que se llegan a tener en los recintos museísticos. Ligado a lo segundo, en un museo hay normas que debemos seguir por seguridad de todxs y de las obras para que no se vean comprometidas de ninguna manera; sin embargo, siempre tenemos la libertad de observar las obras y transitar el espacio siguiendo siempre lo anterior –respetar la distancia marcada entre uno y las piezas, no tocar, no tomar fotos con flash y otras normas ligadas al museo–. Pero, en esta exposición nuestro movimiento se vuelve controlado, se bloquea-contiene-analiza-determina nuestro espacio de circulación a tal manera que el objetivo curatorial no se cumple porque se nos llama la atención si nos quedamos mucho tiempo observando una obra o solo podemos recorrer perimetralmente una sala inmersiva en una fila donde la “sana distancia” no existe, perdiendo en su totalidad este carácter interactivo y volviéndose meramente contemplativo.
En ese sentido, una exposición como esta que busca romper con la distancia intangible que llega a existir entre el museo y los visitante al generar una curaduría que empatiza, atrae y conecta con las personas ahora se propicia un distanciamiento tangible que aleja y corroe el esfuerzo anterior. Pese a esto, la exposición tiene una propuesta interesante no solo a nivel curatorial; sino también, educativa con una serie de programas enfocados a las infancias y a propiciar su interacción con el arte contemporáneo por medio de actividades, recorridos y cuadernillos muy bien desarrollados que logran reestablecer ese acercamiento que se rompe con la dinámica que se da al transitar la exposición. Lovers se podrá visitar hasta el 18 de septiembre en el Museo Jumex.
Para más información:
https://www.fundacionjumex.org/