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“No siempre los animales están en la selva.

 Algunos deambulan camuflados entre nosotros, acechando silencios”

 

El Museo de la solidaridad Salvador Allende celebra 50 años, rememorando su primera exposición (1972) con una entonces incipiente colección de obras donadas por destacados artistas de distintos rincones del mundo hacia “el pueblo de Chile”, con el objeto de crear un museo experimental y abierto. Necesidad de sentido que más allá de la urgencia de la época, la actual exposición En la selva hay mucho por hacer, curada por María Berríos retoma desplegando una interrogante colectiva acerca de la continuidad de sus principios fundacionales: solidaridad, arte y fraternidad, lo que supone “un museo permeable, sin adentro ni afuera” y en cuya museografía transgeneracional despliega hoy una selección de más de 110 obras centrada en las menos exhibidas, que en conjunto dan cuenta de sus historias particulares, como también de los silencios y exclusiones de la Colección.

La obra audiovisual Ramita Seca, La colonialidad permanente (2019), de Maximiliano Mamani (Bartolina Xixa). Fotografía: Benjamín Matte.

La obra audiovisual Ramita Seca, La colonialidad permanente (2019), de Maximiliano Mamani (Bartolina Xixa). Fotografía: Benjamín Matte/ MSSA.

Premisa en la que se conjuga una epifanía que traspasa su origen y en donde la experiencia alucinatoria se establece reconociendo la pluralidad de relatos visuales que proponen los artistas inaugurales y otros que hacen de las temporalidades un diálogo que apela a naturalizar la relación entre el ayer y hoy, obedeciendo a la “inmarcesible” concepción de este museo, entendida como esa propiedad que le impide marchitarse y que, junto con mantenerlo vigente, es todo un ejemplo de resistencia.

Al penetrar en el tupido corpus de este paisaje, confieso que como En la selva hay mucho por hacer, no voy a fijar mi atención en los grandes nombres, sino en quienes propicien un coloquio, como ocurre con la xilografía El viento es un caballo salvaje (1992) de Santos Chávez (1934-2001) y el video Ilwen, niño külkül (2015) de Francisco Huichaqueo (1977), quienes comparten además del arte, el Wallmapu de su origen. Una doble articulación donde el tiempo parece diluirse, ya que ambos evocan sus raíces como una inmanente locación tantas veces golpeada por el padecimiento, la marginalidad y la injusticia. Partiendo por el caballo traído por los españoles como un arma de guerra que tras ser adoptado por el pueblo mapuche lo montan en batalla y lo consideran un animal espiritual y de sanación. Reconversión histórica que se cruza con el simbolismo del külkül, instrumento de viento ceremonial, utilizado por los niños mapuches para advertir a la comunidad la presencia de las fuerzas especiales.

Al centro la obra Por el derecho de vivir en mi patria (2022) de Bélgica Castro. A la izquierda, Fragmentos de la serie Fragmentos a la deriva (1979) de Teresa Montiel. A la derecha, la obra Represión en Chile (1974) de Emilio Miguel. Fotografía: Benjamín Matte.

Al centro la obra Por el derecho de vivir en mi patria (2022) de Bélgica Castro. A la izquierda, Fragmentos de la serie Fragmentos a la deriva (1979) de Teresa Montiel. A la derecha, la obra Represión en Chile (1974) de Emilio Miguel. Fotografía: Benjamín Matte/ MSSA.

Más allá de querer anclar la memoria sobre un territorio específico, un ejemplo que cobra especial relevancia el video clip coreográfico Ramita seca, la colonialidad permanente (video-2019), ligada a una pléyade de simbolismos, en cuyas ancestralidades convergen además de lo identitario, elementos paganos y de culto, los que sumados a otros transculturizados o transfigurados generan abyectas lecturas que reactivan la reflexión en torno a esta nueva Latinoamérica, partícipe de un proceso en el cual Bartolina Xixa cholita drag creada por el artista andino Maximiliano Mamani (Argentina, 1995), baila contra el extractivismo. Enunciación que perfectamente podría conversar con el registro audiovisual de la coreógrafa y compositora peruana Victoria Santa Cruz, recitando su poema Me gritaron negra, con ello potencia y visibiliza la baja representación de producción artística africana y afrodescendiente, haciendo un llamado a revisar críticamente el carácter internacional de la colección del museo, para evitar que caiga en esa visión colectiva que tiende a homogeneizar un sólo tipo de arte.

En esta dinámica, nos encontramos además, y como es lógico, con quienes en los albores del museo creyeron en la utopía socialista, agrupados en una carpeta con 30 serigrafías, que dan forma a la serie El pueblo tiene arte con Allende (1970), entre los que se cuentan Eduardo Martínez Bonatti (1930), José Balmes (1927-2016), Julio Palazuelos (1931-2014), Guillermo Núñez (1930), Eduardo Vilches (1932) y Patricio de la O (1946), sólo por mencionar algunos de una extensa lista, que hoy conforman los remanentes de un sueño interrumpido. El que se empalma indirectamente con Construyendo un mundo nuevo (1999) de Beatriz Aurora Castedo (Chile, 1956), hija del historiador Leopoldo Castedo quien luego del exilio se radica México, donde hace arte y trabaja difundiendo el mundo nuevo que construyen día a día los zapatistas. Otra obra que quisiera mencionar en este contexto donde salen a la luz los cazadores, es El derecho de vivir en mi patria (2022) de Bélgica Castro Fuentes (Chile, 1957), que ilustra el testimonio autobiográfico de su detención en dictadura, plasmado en una arpillera de gran formato, con la que describe a sus nietos en Suecia, esa fatídica experiencia, pero aunque no lo parezca termina siendo un canto de esperanza.

En la imagen el audiovisual de Victoria Santa Cruz, Me gritaron negra (1978). Al costado izquierdo, las esculturas de Ventana XXVII (1974) de Ramón Haití, y Sin título de Leandro Mbomio. Fotografía: Benjamín Matte.

En la imagen el audiovisual de Victoria Santa Cruz, Me gritaron negra (1978). Al costado izquierdo, las esculturas de Ventana XXVII (1974) de Ramón Haití, y Sin título de Leandro Mbomio. Fotografía: Benjamín Matte/ MSSA.

Para finalmente detenerme en algunas obras que describen situaciones críticas que exceden el enclave del tiempo, como El río de mi tierra natal (2001) de Ngo Quang Nam (Vietnam, 1942) y Vietnam o agresión del imperialismo a los pueblos (1972) del Taller 4 Rojo (Diego Arango, Nirma Zárate), dado que ambas obras dan cuenta del carácter reflexivo del arte y no sólo en lo referido a los conflictos armados, sino también de aquellos cuyas armas son invisibles, pero infinitamente más poderosas como a lo delata en el Am I the ageless object at the museum? (¿Soy yo el objeto atemporal en el museo?) (2018), de Noor Abuarafeh (Palestina,1986), quien cuestiona la asimetría que cruza a tantos museos, como una causal hegemónica instalada y que pese a los años no varía. Pero como dice el dicho: “Todo va y vuelve. Todo se devuelve”. Por eso, lo significativo de esta muestra es que, si bien En la selva hay mucho por hacer, las resonancias de sus relatos, no sólo se expanden fuera de sus confines, sino que abren sus espacios, sin perder un ápice el objetivo original de este museo.

La obra audiovisual Am I the ageless object at the museum? [Soy acaso el objeto sin edad en el museo?] (2018), de Noor Aburafeh. Al costado derecho, el óleo sobre tela Tel al-Zaatar (1976) de Claude Lazar. Fotografía: Benjamín Matte.

La obra audiovisual Am I the ageless object at the museum? [Soy acaso el objeto sin edad en el museo?] (2018), de Noor Aburafeh. Al costado derecho, el óleo sobre tela Tel al-Zaatar (1976) de Claude Lazar. Fotografía: Benjamín Matte/ MSSA.

Imagen de portada: Obras El río de mi tierra natal(2001) de Ngo Quang Nam, y Vietnam o agresión del imperialismo a los pueblos (1972) de Taller 4 Rojo. Ambas de la Colección MSSA. Al costado derecho, un conjunto de 22 obras de la artista Beatriz Aurora Castedo. Fotografía: Benjamín Matte.