Skip to main content

“Tenemos que crearnos a nosotros mismos

como una obra de arte”. (Michel Foulcault)

Durante mi primera infancia, espacio consagrado a las grandes preguntas, nunca entendí bien la expresión – “Besos y abrazos, no sacan pedazos”. Cosa que con el paso de los años, en honor a la verdad y la sinestesia se fue transformando en un anticuerpo contra la apatía. Claro está, con el escepticismo propio de quien toma prudentes resguardos. Algo que frente a las devastadoras consecuencias derivadas del Covid-19, y el inminente confinamiento, me obliga a tomar distancia de la frase, y en un acto reflejo, evocar artistas que marcados por lo clínico y purulento lo hacen un motivo recurrente de su obra.

  • Te podría interesar:

TESOROS DE AMÉRICA, la Mezcla Latina
Recordando a Luis Sepúlveda | “América Latina limita al norte con el odio y no tiene más puntos cardinales”

La idea no es alegorizar lo mórbido, sino aproximarnos a un plano estético que evidencie cómo las enfermedades se expresan en el arte mediante un retruécano que invierte creativamente catastróficas realidades. Tal como lo enfatiza Gillez Deleuze – “La enfermedad no es algo que de sentido a la muerte, es algo que agudiza el sentido de la vida” Por ende este escueto paneo no contempla sólo la dolencia, sí así fuera, citaría El triunfo de la Muerte (1562), de Pieter Brueghel el Viejo, La extracción de la piedra de la locura (1475-1480) del Bosco, o la Herencia (1897-1899) de Edvard Munch, y ese bebé con sífilis transmitida por una madre que al contemplarlo llora desconsoladamente.

William Utermohlen

William Utermohlen

William Utermohlen

William Utermohlen

Debe verse un acto de sanación y “despatologización”, donde el artista media entre lo clínico y lo plástico, como ocurre con Ariana Page Russell y su dermatografía, afección en la que su sistema inmunitario al liberar cantidades excesivas de histamina, hace que los capilares se dilaten y aparezcan ronchas en su piel con las que tatúa patrones temporales, externalizando funciones internas que reflejan lo que de verdad padece, lo que genera una íntima interconexión con la visión de Hannah Wilke, “No separé mi arte de mi cuerpo: sencillamente era otra parte de él”, y con su modo de abordarlo cuando decide repletar su cuerpo con diminutas esculturas vulvales, y escarificaciones tribales como parte de su activismo de vanguardia. Hasta verla en Intra-Venus (1992–1993) con un registro fotográfico exhibido póstumamente, que muestra su transformación física y deterioro producto de la quimioterapia y el trasplante de médula ósea, el que además concuerda en gran medida con Beauty out Damage de Matuschka, exmodelo y artista visual, que tras sufrir una mastectomía y que su autorretrato apareciera en el New York Times Magazine (1993) la transformó en un ícono de la lucha contra el cáncer.

Ariana Page Russell

Ariana Page Russell

Aunque al momento de explorar la enfermedad como una alteración o desviación del estado fisiológico, un fiel exponente de esta condición es William Utermohlen (USA,1933) quien al ser diagnosticado a los 65 años de alzhéimer comienza a pintar su serie de autorretratos donde registra su propio proceso neurodegenerativo y en la medida que su deterioro cognitivo fue aumentando, las pinceladas son más toscas, desaparecen el color y el fondo de los cuadros.

Pero quien abiertamente se desmarca, es Judith Scott (1943 – 2005) artista sordomuda con síndrome de Down, que luego de permanecer 36 años en centros psiquiátricos, y que su hermana la inscribe en una institución para artistas con limitaciones mentales, se avoca a crear delirantes esculturas en las que entrelaza infinitos hilos de color, con los que envuelve además de objetos, su enmarañado mundo interior. En esa misma línea pulsional catártica y terapéutica surge la figura de Yayoi Kusama (Japón,1929) cuya obra se caracteriza por sabotear la lógica del espectador con alucinantes espacios espejados y puntos que sistemáticamente se repiten en un juego cromático y laberíntico de nunca acabar.

Yayoi Kusama

Yayoi Kusama

Volviendo al cuerpo y su capital simbólico a Rebecca Horn (Alemania 1944), quien luego de contraer una enfermedad pulmonar se obsesiona ver al cuerpo como un objeto imperfecto y en buscar el equilibrio entre la figura y los objetos, como un proceso de depuración poético-mecánica en el cual le va adhiriendo prótesis y extensiones que superan los límites estéticos. Un fenómeno metafórico al cual se suma el trabajo de Ivonne Thein (Alemania, 1979) quien cuestiona los cánones de belleza, empleando los mismos códigos de los fotógrafos de moda, para desestabilizar al espectador y demostrar que hay una peligrosa delgadez entre un cuerpo perfecto y un cuerpo anoréxico, representado en ese raquítico glamour.

Ivonne Thein

Ivonne Thein

Ivonne Thein

Ivonne Thein

Aunque, si hay alguien que hizo de su vida un gran lienzo fue Frida Kahlo (México 1907-1954) una artista que pese a contraer poliomielitis y sufrir un grave accidente que la mantuvo postrada en cama, obligándola a someterse a 32 cirugías y a usar un corsé de acero que le provocaba intensos dolores, pero que aun así vio en la pintura una forma de resiliencia, que supera cualquier dolencia, dado que no sólo cumple la función de registro, sino que encuentra en su propio dolor una práctica para sobrellevarla, convirtiéndola en un ejercicio estético frente un sufrimiento abrumador, y que ante la emergencia sanitaria que vivimos, me hace valorar esos maravillosos regalos que la vida me da, como cuando veo desde la ventana que cada otoño llega otro picaflor a libar las flores de mi jardín, encendiendo una luz de esperanza en esta interminable noche del Coronavirus.

Frida Kahlo

Frida Kahlo

Frida Kahlo

Frida Kahlo

Frida Kahlo

Frida Kahlo