“Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol”
– Vicente Huidobro.
Por años fui víctima del retraimiento, como una enfermedad incurable que entre sus secuelas trajo consigo la poesía. Síntoma inequívoco de un oficio que hasta hoy se vuelve una penitencia y lo demuestran personas que siempre te arrojan la misma clásica, pero no menos vacua pregunta: «¿Sigues escribiendo?», como si este maravilloso acto de tozudez pudiese compararse con un resfrío o algo que se pasa con una receta. Desconocen que escribir es ir contra el tiempo y el automatismo serial que la sociedad pretende imponer.
- Te podría interesar:
Mujeres en la cultura: ocho artistas contemporáneas que debes conocer
Los jóvenes compositores que la están rompiendo – parte 1
Lo más curioso sucede cuando estás convencido de ser algo extinto, y ves que alrededor tuyo existen otros que además de compartir tu condición, han hecho de la literatura su tabla de salvación y han sobrevivido aferrados a un caligrama como Huidobro o a un artefacto como Parra, pero además de ellos, todo un grupo de poetas que conforman esta muestra que se exhibe en la sala Chile del Museo Nacional de Bellas Artes, llamada Poesía en Expansión, y que se reconoce a través de 40 obras de la colección MNBA, donde como acota su curadora Paula Honorato, nos percatamos de la emancipación de la poesía con respecto a la escritura tradicional.
Aquí no se trata sólo de buscar novedosas formas de expresión, sino más bien descubrir cómo la poesía abandona su espacio críptico y se instala en un museo de arte con grabados, pinturas, collages, libros objetos, intervenciones o poemas animados y sonoros, con un modo ambivalente de hacer y decir, expandiendo su campo de acción hacia esa secreta alianza entre literatura y plástica, donde el mostrar la “otra cara de la poesía”, a veces pudiese ser para el neófito algo desconcertante. Sin embargo, es importante hacer notar que el recorrido se inicia con Muolin, un caligrama de Vicente Huidobro hecho en témpera en 1922, que se enmarca en su época modernista con una mirada temprana que devela las infinitas derivaciones el lenguaje poético, donde las trabas las pone el lector o en este caso el espectador, quien ve alterado su espectro de reconocimiento. Porque como dijo Huidobro, se debe: “Crear un poema tomando en préstamo a la vida sus motivos y transformándolos para otorgarles nueva vida e independencia”.
Por lo demás, no es extraño encontrarse con Juan Luis Martínez, haciendo que la palabra acabe en una combinatoria de elementos iconográficos y objetuales, dando origen a una nueva concepción e intertextualidad multilingüística y visual, que ve reflejada en Las vocales de Rimbaud (1975-1976) y El lenguaje de la moda (1979), donde arma un singular pastiche poético con el cual alude a los grandes íconos de la literatura universal, como a otros extraliterarios mucho más pedestres.
Cecilia Vicuña
También se puede argumentar y de forma bastante razonable que más allá de lo exhaustivo o no del conjunto, en Poesía en Expansión el modo de representación no obedece a una clasificación o rótulo, por ende su máximo acierto radica en la imposibilidad de caratular las obras, ya que se van adaptando al momento histórico-literario que desafían, como en el Quebrantahuesos (1952), obra colectiva hecha por Nicanor Parra, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, entre otros, con recortes de periódico en oposición al cadáver exquisito surrealista y desarrollada como un happening textual que aborda en forma inesperada el acontecer de una época, contrastando de plano con el sincretismo intelectual de Ronald Kay, y sus Signomontajes (1974) o el monumental y sentencioso land art Ni pena ni miedo (1995) de Raúl Zurita, con versos escritos en el desierto de Atacama y que se pliegan a otros esbozados en el cielo, con un mensaje tan fugaz como imperecedero, que sin proponérselo se cruza con la escueta sutileza del collage de Ludwig Zeller, Para que beban los conejitos (2012), la Imagen e idea (2009) de Carlos Montes de Oca, y el “intrabajable” arrojo de Claudio Bertoni y su serie de breves esculturas poéticas elaboradas con objetos devueltos por el mar.
Lo cierto es que aquí no existe una hegemonía poética ni conceptual, al contrario el juego de las asociaciones desplegadas superan largamente las expectativas, como ocurre con Archivo Zonoglo (1986-2006), un conjunto de quince mil fichas bibliográfico -poéticas con las que Gonzalo Millán estrechó aún más la distancia interdisciplinar incorporando dibujos, grabados, acuarelas y fotomontajes extraídos de la cultura de masas y de una imaginario que responde a una corriente experimental que ya se advierte prematuramente en Guillermo Deisler y Gregorio Berchenko, quienes abrieron una brecha a una poesía que no tenía lugar dentro de las convencionales estructuras de la década 60’–70’, la que luego continuaría Cecilia Vicuña desde el campo exclusivo de la pintura, silenciando al poema en Retrato Doble (1971), transformándose con ello en una nueva cultora de esta transgresión poética. Quehacer que con los años vuelve a expresarse en Poemas animados (2006) de Martín Bakero, quien a través de un viaje sonoro y visual en base a caracteres crea un caleidoscópico y gutural poema, que concuerda además con lo proyectado por el Foro de Escritores (2003 – 2010), experiencia colectiva inspirada en el Writer Forum del poeta londinense Bob Cobbins.
Moulin, Vicente Huidobro
En consecuencia, por sobre los autores, las técnicas o la materialidad en la cual han sido concebidas, el aporte de Poesía en Expansión, está en preocuparse por poner en valor obras que por el simple hecho de traspasar sus naturales fronteras, muchas veces han permanecido ocultas o desconocidas, y recién ahora con esta breve cronología poético-plástica, aquilatamos el peso de estos artistas que han sabido entender que la creación no se circunscribe a un género, sino que continúa expandiéndose junto a otras disciplinas y corrientes estéticas que a la par con las nuevas tecnologías, dan lugar a este creativo big-bang o estallido intersticial que nunca termina.