Bernardo Oyarzún tiene una mirada intensa que refleja la vida de quien nació en el sur de Chile y llegó a la capital cuando sus padres decidieron migrar en busca de una vida mejor. Creció, y aún vive, en los barrios marginales de la capital. El ego clásico que ostentan muchos artistas nunca ha llegado a Bernardo Oyarzún, a pesar de sus múltiples exposiciones, residencias y triunfos como artista. Es un hombre que trabaja sin descanso, que conoce, aprende e investiga de manera cotidiana. Nada en sus obras está hecho al azar, todo tiene un sentido, una explicación, un vínculo a la realidad y al contexto en el que creció y que habitamos todos.
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Fue privado de su lengua nativa pese a su ascendencia mapuche muy cercana, su familia no logró conservar el mapuzungun, se perdió en su ascendencia por los mecanismos represivos del Estado y la relación inhibitoria de la convivencia e hibridación cultural en Chile. Es ahí donde las tradiciones y la comprensión holística de la cosmogonía mapuche estuvo a punto de desaparecer, se hizo imposible tener un entendimiento amplio de las cosas, su vinculación íntima con la naturaleza, y una relación directa entre el decir, actuar, vivir y ser. Sin embargo, Bernardo Oyarzún revive sus tradiciones mapuche constantemente, participa de la comunidad Kiñe pu liwen de la Pintana y trabaja temáticas vinculadas a los mundos originarios de Chile. Discute con su gente para aprender, evitar errores, y mantener el respeto a sus creencias a través de sus obras.
Werkén, 2017, letreros led, máscaras de maderas diversas, fierro, medidas variables. Foto: Pamela Iglesias.
Quizás para el imaginario de Chile no resulte tan extraño imaginar a los mapuches tras las rejas, sobre todo con la criminalización de este pueblo que ocurre cotidianamente en La Araucanía; existen fotografías de presidarios, en blanco y negro, de Bernardo Oyarzún, de sus padres y familiares cercanos, ¿las rescató de algún archivo?, ¿el artista que representó al país estuvo preso?, ¿los mapuches son delincuentes? Son algunos comentarios que se desprenden como prejuicios y cuestionamientos en ciertos sectores de la población, así es como se piensa sobre aquellos que ocuparon estas tierras originariamente, sobre quienes han dado una batalla inagotable por casi cinco siglos, por un espacio que siempre les ha pertenecido pero que el Estado chileno no quiere restituir. Bajo sospecha, es el nombre de esta serie de retratos que creó Bernardo Oyarzún entre 1997-98, en las que trabaja con las temáticas que aún aborda.
“Parece que están gritando: ¡Aquí estamos!” señalaron muchos visitantes en el pabellón chileno sobre esta obra que va más allá de la instalación y de la escultura. Werkén es una imagen de Chile maltratado, perseguido y negado absurdamente
El mundo en capas…
En el diálogo que se puede sostener con Bernardo Oyarzún, se lee su pensamiento, su forma de ver el mundo. Capas que se cruzan unas con otras, de un plano tridimensional donde el mundo es analizado en tanto política, conquistas, territorios, sociedades, economía y sistemas. Probablemente sus diversas interpretaciones del mundo se puedan estudiar para realizar un análisis sociológico, histórico o filosófico del tiempo que ha vivido.
Werkén, 2017, letreros led, máscaras de maderas diversas, fierro, medidas variables. Foto: Pamela Iglesias.
Una de esas capas, que cruza de manera vertical al mundo latinoamericano son los procesos de conquista permanente. Algo que comenzó con la llegada de Cristóbal Colón y que se mantiene con los sistemas económicos imperantes. “Hay una matriz que regula nuestras vidas que viene del conquistador, no es solamente el robo y la apropiación del territorio, también es el mito exógeno, del norte, que entra a normar nuestra vida. Ese mito nos obliga y nos ordena, qué es lo correcto, lo bello y lo verdadero que se impone como norma. Es un gran fraude que nos despoja y aplasta violentamente. Con esta premisa llegan estos embaucadores que aniquilan la cultura de forma prepotente e indolente. Eso es la colonización, imponer contradicciones innecesarias para instalar otra matriz violentamente. El capitalismo, por ejemplo, viene del mismo lugar y hoy día domina todo el planeta. Se instala como una verdad sagrada, sin embargo, es la mejor forma de esclavizar a los otros. En el fondo, no hemos salido de esa mordacidad colonial”, explica.
Y son diversas obras las que manifiestan este sentir y pensar. Desde Tierra del Fuego, donde aborda la realidad perfomática de los Selknam en las fotografías de Martín Guisinde; pasando por Proporciones de cuerpo, en la que trabaja con la implantación de los cánones de belleza foráneos, cánones de cuerpos y religiosidad; Lengua Izquierda, donde realiza una mezcla de palabras (morfemas y fonemas) de diversos países americanos y europeos; Territorio Mapuche, pizarrón de 10 metros donde se escribió gran parte de la toponimia, cerca de 1.300, de lugares entre Santiago y Puerto Montt, aunque él recopiló cerca de 10.000; Doméstica, donde afirma y expone que las raíces de Latinoamérica provienen del matriarcado, a través de floreros y cojines tejidos a crochet; Ekeko, obra en la que hace un paralelismo entre el ciudadano de Santiago de Chile, contendor de excesos como créditos y consumo, con el dios aimara de la abundancia, colocándole elementos aimaras artesanales, productos de centros comerciales, decoraciones, entre otros; hasta Mitomanía y Tentativa obras en las que busca reemplazar la estatuaria pública por el imaginario autóctono latinoamericano debería tener: guanacos y chemamulles.
Mis obras no se quedan solamente en la parte visual o estética, me interesa que se relacionen con mi espacio geográfico
Werkén, el grito del mundo mapuche
Fue Ticio Escobar quien contactó a Bernardo para postular al evento más importante del mundo del arte, la Bienal de Venecia en 2017. Con poco menos de un año de anticipación se enteraron de que habían ganado el certamen y tuvieron que trabajar contra reloj, contra presupuesto, contra el viento y la marea que abatía cotidianamente con traspiés el desarrollo de la obra. Efectivamente lo lograron y, de esta manera, se realizó una de las obras más connotadas y mejor criticadas de la Bienal.
“Parece que están gritando: ¡Aquí estamos!” señalaron muchos visitantes en el pabellón chileno sobre esta obra que va más allá de la instalación y de la escultura. Werkén es una imagen contemporánea de un Chile maltratado, perseguido y negado absurdamente, que de manera contemporánea se exponen con luces led en las paredes del espacio. Cada uno circula incesantemente, se hace presente, se manifiesta y recuerda a la autoridad que ahí está. Al centro, 1.300 máscaras de madera fueron talladas por artesanos originarios y son levantadas por un mástil de metal que soporta el peso de este noble elemento que proviene de la zona de La Araucanía, desde Santiago hacia el sur, desde el río Itata hasta el Toltén como señalan las crónicas sobre La Conquista, omitiendo que Santiago era una ciudad cosmopolita: “Acá vivían mapuches, aimaras, incas, diaguitas, atacameños, entre otros”, explica Bernardo.
Los apellidos ostentan una carga simbólica. Son una historia épica de un pueblo que sobrevivió a la conquista de América y al Estado de Chile. El uso de los led proyectan su patronímica es un contrapunto estético y simbólico que ilustra la versatilidad de la cultura mapuche, metafóricamente es la oralidad y la memoria. Cada apellido esta representado analógicamente por los kollong. Son caretas de madera utilizada para los nguillatunes, que tiene una finalidad ceremonial y ritual. La mitología habla de hombres desconocidos (no se sabía su identidad) adoptaban la forma del kollong para proteger a la comunidad de los malos espíritus. “Es el protector de la machi y del ritual, su figura es de poder y de continuidad en los rituales. Es el único personaje que usa máscara y tiene facultades muy variadas, acciones impredecibles. Asusta y divierte al mismo tiempo, a veces es muy rígido con las reglas y en otras solo se divierte, es muy deslumbrante y teatral; una especie de bufón y un guardián protector muy celoso. Está lleno de imaginarios místicos y fabulosos. En tiempos de guerra con los colonizadores, los kollong aparecían y desaparecían en medio la batalla para asustar al invasor ya que su presencia fantasmal aterrorizaba al enemigo. Se convirtieron en espíritus del bosque que protegían el territorio más allá de lo verosímil”, explica Bernardo.
Werkén, 2017, letreros led, máscaras de maderas diversas, fierro, medidas variables. Foto: Pamela Iglesias.
Y es, finalmente, el nombre: Werkén, lo que entrega el punto culmine, la utopía del mensaje: “Traducido al español es Mensajero. Es un miembro de la comunidad muy importante, es el consejero del lonko y portador de la palabra política y social de una colectividad. Es el encargado de transmitir los mensajes y representar a la comunidad en los conflictos o en las relaciones intercomunales, es un extraordinario orador, mediador y trasmisor de los comunicados”, señala Bernardo solo minutos antes de decir: “Tengo utopías en todas mis obras, en este caso es que Chile logre entender y verse a sí mismo como un país mapuche, así como ocurre en Nueva Zelanda, con su identificación transversal con la cultura maorí. Nosotros tenemos que hacer un ejercicio parecido, esa es la clave”.