Yo, hombre carente del entendimiento para la poesía, me descubro a estas horas muertas de la noche leyendo un poemario. Y es que, al término de toda buena experiencia intelectual, las bestias nos convertimos en poetas o, mejor aún, en poesía. De esa paradoja nace la letra metaforizada sobre una superficie rota que antes fue caleidoscópica, primitiva y bella. De esa paradoja, insisto, nace esa necesidad de jugar con el lenguaje retozando entre sus humedades y hundimientos; también entre sus cúspides y erecciones infecundas.
Muchas veces he dicho que disfruto de la poesía por su hedonismo confeso y su abstracción errante. Sin embargo, culpa la mía, no la comprendo, no me hago del todo con ella; se me escapa, me miente, me abandona. De estos temas saben otros. Otros más cultos y quizás más sensibles; yo no. Yo solo intento satisfacer en mi aproximación mi propia sed de mediocridad y de miedo.
Welcome to me, es un poemario un tanto estremecedor, un tanto equilibrado, un tanto frío, un tanto huérfano, un tanto… Pero es, por sobre todas esas cosas o accidentes, un enunciado de verdad, de honestidad, de necesidad de amar, de ansiedad por la recuperación de algo perdido.
Las palabras aquí vertidas, sobre arquitecturas y parámetros estructurales que hacen sucumbir el principio activo de mi interpretación, ocultan/revelan la gramática de mil verdades. Muchas de éstas llegan envueltas en una falsa distancia que arrecia -al cabo- las marcas inconfesas de un dolor. Cada verso pretexta un homenaje, recorre un camino, amplifica su polifonía y vuelve sobre el papel en blanco en forma de una suerte de exvoto para la felicidad.
Me pierdo entre frases y metáforas que me rozan, que me afectan en tanto que recurren a la mujer y a la mujer-madre una y otra vez. La admiración/reverencia hacia lo femenino-maternal, a ese plasma genésico, prístino, inmaculado y prostituido, parece ser el argumento rector de este nuevo poemario suyo. Una suerte de llanto, de súplica, de reclamo, se descubre en el centro mismo de la interlocución propuesta entre los personajes y las voces involucradas en este tejido.
Las academias y el apego a las normas estrangulan la naturaleza misma de la poesía, supone -creo- una traición a su propio devenir ontológico. Tal vez por ello, descubro en el texto de Eduardo el difícil arte de la modelización escritural espontánea y libre. Una cadencia y una construcción sujetas a su impulso primero y necesario. El texto pulsa e interpela, rinde tributo al tiempo mismo que se hace irreverente e intempestivo. Lo que antes fue modélico se re-organiza ahora en este nuevo mapa de afectos, de reverencias y de reclamos. Interesante operatoria si advertimos que la articulación metafórica se reserva una mayor propensión a la libertad y a la transgresión.
Algo que también se aprecia en esta escritura, especialmente en su desdibujo y prefiguración del sujeto femenino, es una suerte de énfasis lineal, una sobriedad en el lenguaje, una entereza del tono, que se evidencia no solo en el modo de la articulación lingüística sino en la actitud frente al uso del lenguaje mismo.
“…entra en la habitación/no quiere comer nada:
lista a morir la muerte de los otros”.
Ese sujeto muere una y otra y otra vez… se desarma en sus andares y responsabilidades para con los otros, cumpliendo un programa asignado por la dominación de un culto ancestral y atávico. La dominancia cultural de ese otro determina las modulaciones de su voz; lo mismo que sus arrebatos emancipatorios.
La especulada y hasta cierto punto bastante probable coincidencia entre la experiencia vital y la escritura como expresión acabada de ésta, acusa, en el texto de Eduardo, su más rotunda certificación. Hace poco menos de un año, por esos arrebatos crueles de la vida, dijo adiós a su madre. Y es a tenor de ese hecho, doloroso donde los haya, que su texto se organiza bajo la forma de un tributo, una remembranza, el reclamo de un amor exiliado y sustraído. La figura de la madre, mayúscula en sí misma, inabarcable en el elogio y por encima de toda descripción, se aparece entre línea y línea otorgando sentido al discurrir galopante de los sentimientos del poeta. La madre viene y va entre la trama de versos, se revela en su condición de sujeto autónomo en el epicentro de arbitraje de la lírica. Ella es la instancia de la muerte y del luto, pero también del canto y de la epifanía de la vida.
soy la madre!!!!
a derecha-izquierda
siempre desnuda
soy la madre!!!
con los pechos calientes de mar
con San Pedro ruso-delirante de aureolas
icónica en madera: soy la madre!!!
si no encuentras el pan: es mi culpa.
si los pelos no retoñan: es mi culpa.
si no hay helado de vainilla: también es mi culpa.
Este poemario, lo quiera o no su autor, redimensiona a ese sujeto y a su indiscriminada y siempre necesaria dinámica de los afectos. No sin abandonarse, claro, a la excusa de no nombrar sus dolencias, sus miedos y los vasallajes dispensados por los otros. Una vez leídas estas páginas sigo sin entender nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Sin embargo, algo sí creo saber -con certeza meridiana- respecto de este deambular de palabras concatenadas y enfáticas. Y es el hecho de que Minerva, su madre (Mimi, como le llaman en casa), estará sonriendo y feliz, observando con sigilo a su hijo, el poeta.