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Yo, hombre carente del entendimiento para la poesía, me descubro a estas horas muertas de la noche leyendo un poemario. Y es que, al término de toda buena experiencia intelectual, las bestias nos convertimos en poetas o, mejor aún, en poesía. De esa paradoja nace la letra metaforizada sobre una superficie rota que antes fue caleidoscópica, primitiva y bella. De esa paradoja, insisto, nace esa necesidad de jugar con el lenguaje retozando entre sus humedades y hundimientos; también entre sus cúspides y erecciones infecundas.

Muchas veces he dicho que disfruto de la poesía por su hedonismo confeso y su abstracción errante. Sin embargo, culpa la mía, no la comprendo, no me hago del todo con ella; se me escapa, me miente, me abandona. De estos temas saben otros. Otros más cultos y quizás más sensibles; yo no. Yo solo intento satisfacer en mi aproximación mi propia sed de mediocridad y de miedo.

Imagen de Lisyanet Rodríguez Pero la vida, antojadiza como lo es en sus bailes y mascaradas, me reta una y otra vez, me llama al borde del precipicio, me coloca en difícil situación. Hoy, sin querer queriendo, llegó a mis manos el texto inédito del joven poeta cubano, residente en la Miami, Eduardo Herrera Baullosa. Y qué hacer ante esta embestida verbal relatora de pérdidas, allanamientos, usurpaciones, homenajes y búsqueda constante en la extraña fe de la afirmación.

Welcome to me, es un poemario un tanto estremecedor, un tanto equilibrado, un tanto frío, un tanto huérfano, un tanto… Pero es, por sobre todas esas cosas o accidentes, un enunciado de verdad, de honestidad, de necesidad de amar, de ansiedad por la recuperación de algo perdido.

Las palabras aquí vertidas, sobre arquitecturas y parámetros estructurales que hacen sucumbir el principio activo de mi interpretación, ocultan/revelan la gramática de mil verdades. Muchas de éstas llegan envueltas en una falsa distancia que arrecia -al cabo- las marcas inconfesas de un dolor. Cada verso pretexta un homenaje, recorre un camino, amplifica su polifonía y vuelve sobre el papel en blanco en forma de una suerte de exvoto para la felicidad.

Me pierdo entre frases y metáforas que me rozan, que me afectan en tanto que recurren a la mujer y a la mujer-madre una y otra vez. La admiración/reverencia hacia lo femenino-maternal, a ese plasma genésico, prístino, inmaculado y prostituido, parece ser el argumento rector de este nuevo poemario suyo. Una suerte de llanto, de súplica, de reclamo, se descubre en el centro mismo de la interlocución propuesta entre los personajes y las voces involucradas en este tejido.

Las academias y el apego a las normas estrangulan la naturaleza misma de la poesía, supone -creo- una traición a su propio devenir ontológico. Tal vez por ello, descubro en el texto de Eduardo el difícil arte de la modelización escritural espontánea y libre. Una cadencia y una construcción sujetas a su impulso primero y necesario. El texto pulsa e interpela, rinde tributo al tiempo mismo que se hace irreverente e intempestivo. Lo que antes fue modélico se re-organiza ahora en este nuevo mapa de afectos, de reverencias y de reclamos. Interesante operatoria si advertimos que la articulación metafórica se reserva una mayor propensión a la libertad y a la transgresión.

Algo que también se aprecia en esta escritura, especialmente en su desdibujo y prefiguración del sujeto femenino, es una suerte de énfasis lineal, una sobriedad en el lenguaje, una entereza del tono, que se evidencia no solo en el modo de la articulación lingüística sino en la actitud frente al uso del lenguaje mismo.

“…entra en la habitación/no quiere comer nada:

lista a morir la muerte de los otros”.

Ese sujeto muere una y otra y otra vez… se desarma en sus andares y responsabilidades para con los otros, cumpliendo un programa asignado por la dominación de un culto ancestral y atávico. La dominancia cultural de ese otro determina las modulaciones de su voz; lo mismo que sus arrebatos emancipatorios.

La especulada y hasta cierto punto bastante probable coincidencia entre la experiencia vital y la escritura como expresión acabada de ésta, acusa, en el texto de Eduardo, su más rotunda certificación. Hace poco menos de un año, por esos arrebatos crueles de la vida, dijo adiós a su madre. Y es a tenor de ese hecho, doloroso donde los haya, que su texto se organiza bajo la forma de un tributo, una remembranza, el reclamo de un amor exiliado y sustraído. La figura de la madre, mayúscula en sí misma, inabarcable en el elogio y por encima de toda descripción, se aparece entre línea y línea otorgando sentido al discurrir galopante de los sentimientos del poeta. La madre viene y va entre la trama de versos, se revela en su condición de sujeto autónomo en el epicentro de arbitraje de la lírica. Ella es la instancia de la muerte y del luto, pero también del canto y de la epifanía de la vida.

soy la madre!!!!

a derecha-izquierda

siempre desnuda

soy la madre!!!

con los pechos calientes de mar

con San Pedro ruso-delirante de aureolas

icónica en madera: soy la madre!!!

si no encuentras el pan: es mi culpa.

si los pelos no retoñan: es mi culpa.

si no hay helado de vainilla: también es mi culpa.

Este poemario, lo quiera o no su autor, redimensiona a ese sujeto y a su indiscriminada y siempre necesaria dinámica de los afectos. No sin abandonarse, claro, a la excusa de no nombrar sus dolencias, sus miedos y los vasallajes dispensados por los otros. Una vez leídas estas páginas sigo sin entender nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Sin embargo, algo sí creo saber -con certeza meridiana- respecto de este deambular de palabras concatenadas y enfáticas. Y es el hecho de que Minerva, su madre (Mimi, como le llaman en casa), estará sonriendo y feliz, observando con sigilo a su hijo, el poeta.

 

Lisyanet Rodríguez Lisyanet Rodríguez Damas goza de un trabajo delicioso. Su hacer revela una vocación artesanal fuera de serie, ligada a una formalización estética que pondera el carácter narrativo de la obra y su profundo impacto a nivel de superficie. Se trata, me atrevo a tal afirmación, de un planteamiento estético ciertamente sofisticado que se postula como un hecho factico en sí mismo entre lo estrictamente retiniano y un impulso conceptual que aflora más allá del umbral que se cifra en lo representado. Sus piezas parecen abstracciones de sueños, láminas del subconsciente o instantáneas de una memoria que lucha por conservarse por encima de los desgastes. Cada obra es un universo, un ejercicio de plena satisfacción y de goce. Se advierte un exquisito gusto por lo formal sin el abandono de motivos, digamos conceptuales o narrativos, que justifiquen esos “alardes” técnicos. Goza de una extraordinaria habilidad para la seducción desde cualquier lugar de la paleta. Tanto en blanco y negro como en color, las obras denotan un virtuosismo aplastante y una erosión que me resulta hasta excitante en términos de sexuales. Me interesa poco, por no decir nada, si se trata de un arte femenino o feminista. Creo, me atrevería a especular en mí deliberada intimidad crítica, que a ella misma le importa poco este asunto. Estimo que su producción sobrevuela ese debate, a ratos tan ortodoxo y convaleciente, para organizar una mirada rica y enfática en la afirmación de los valores esencialmente artísticos. Si hay algo en sus obras que me fascina, es esa condición de extrañeza casi sorpresiva. Una suerte de relato gótico o de escena cinematográfica gustosa del suspense que consigue conservar la atención en el contacto visual con la obra. Se advierte, también, una tensión entre el impulso barroco y la dominante minimalista. Es detectable ese mecanismo en el que la imagen se aborda con meticulosidad extrema contrastada con fondos planos que enfatizan, más si cabe, el carácter barroco de las piezas. Y hablo de un barroco limpio, elegante, un barroco de la “recordación” -como diría Lezama- que alude a la metáfora, a lo grácil y lo húmedo. A estas alturas de mi vida no podría concebir la vida sin metáforas, sin esa necesaria recurrencia al tropo que me alivia y me eleva de lo mediocre y de lo pedestre. Cuando miro las obras de esta artista hallo en ellas ese alivio no sin cierta cuota de perturbación. Y eso, sencillamente, me fascina.