Federico Assler/ Inventor de sueños materiales

Federico Assler, llega a la sala CorpArtes con Taller Roca Negra, una retrospectiva compuesta por más de 30 obras creadas entre 1964 a 2017, que dan cuenta, no sólo de la magnitud de su obra, sino de su íntimo proceso de elaboración; exhibiendo anotaciones, bocetos, maquetas y por cierto obras de pequeño y gran tamaño que lo han consagrado como un referente indiscutido de la escultura chilena.

En un mundo donde todo es envasado, donde la gente cada vez se distancia más de sí misma, dejando en manos de la tecnología las respuestas. Al encontrarse con esta retrospectiva uno descubre que existen formidables alternativas para ver y entender por qué Federico Assler (1929), ha recibido tres veces el Premio Altazor de las artes y el Premio Nacional de Arte 2009, pero ante todo dimensiona a un ser humano visiblemente comprometido con lo que hace al decir – “Las obras son las que hablan por sí mismas. Es la obra en sí el acontecimiento matérico, la presencia luminosa, la escultura…”. Palabras que además, dejan entrever la sencillez de un creador que no se obnubila, y que tiene la claridad de entregarle todo el crédito a la materia, como la inigualable intérprete y él como el silente compositor que huye del conformismo, mediante una permanente búsqueda, que aquí se puede apreciar en tres sectores: inspiración, proceso y creación.

Un camino iniciado con la pintura hace más de 60 años y desde la cual al cabo de 15, fue seducido por el ímpetu arrollador de la materialidad. Pasando de la pintura sobre madera aglomerada a la exploración del hormigón, donde su única contrincante fue y sigue siendo la imaginación que, por cierto despliega a raudales desde que se abre la muestra con dos esculturas de hormigón concluidas hace apenas un par de semanas: una blanca como nube y la otra, gris grafito como roca, ambas creadas para ilustrar la dualidad femenino- masculina al darnos la bienvenida.

Así tal cual, como si después de millones de segundos y de microscópicas glaciaciones el tiempo se detuviese, frente a nosotros surge Taller Roca Negra, más que una retrospectiva una imprescindible puesta en escena donde, uno se complace al ver como muchas obras abandonan la esfera placentaria del taller (Kawelluco y Roca Negra) para mostrar cómo fueron incubadas.  

Imperativo que refleja por una parte, el proceso de experimentación creativa de un artista visual que no ceja en su apetito por descubrir diversas fuentes materiales, que van desde la rudimentaria arena volcánica a un trozo de coigüe, o del poliestireno blanco al hormigón pigmentado, pero además rememora el lado íntimo y casi confesional de este cohabitante de un reino perdido en el Cajón del Maipo, que insiste en internar sus 87 años hasta el fondo de la materia para mostrar un alma que ciertamente está descrita en cada croquera, boceto o maqueta, pero muy especialmente en innumerables objetos –sobrevivientes exclusivos- e inventariados a lo largo de este decisivo itinerario, que más que un diario declamado por cada pieza escultóricas que lo sustenta, es un mirar de cerca. Pero sobre todo, un extraordinario homenaje a la persistencia y al estoicismo de quien sigue afanosamente entablando un personalísimo diálogo con cuanto lo rodea casi de manera metafísica.

Humano, versátil y sin pose, Federico Assler hace sus revelaciones – “Dejo el dibujo, porque quiero ahuecar la superficie (corte con calor), sólo con el control tentativo de las herramientas que he creado para obtener aquel molde que contendrá por varias semanas al hormigón líquido que uso, y que sólo yo, transformo de esa manera en escultura”.

Un quehacer habitual que devela la compenetración de un Inventor de sueños materiales con una obra reforzada invariablemente, por esa relación fraterna entre el hombre y la materia que muta al recorrer la muestra y surgen obras como Cruz Corteza, pieza de 5 metros en madera y arena volcánica, que hace las veces de muro de contención de una ciudadela de moldes y maquetas a escala a las que se agregan varias pinturas como Pisando la Luna (madera aglomerada 1969), entre las que asoma tímida Tierra de Amor (óleo sobre tela, 1964), para dar paso a todo un escuadrón de poliestireno blanco y hormigón pigmentado, astros indiscutidos de este itinerario.

De esta manera, tanto el neófito como el erudito pueden entender la obra y una vida de entrega del artista que sigue siendo el mismo temerario activista del arte que sin temor al corcoveo, no trepida en romper los convencionalismos, tal cual lo hizo en los 70’ con Conjunto escultórico  presente en la UNTAD III (Santiago, 1972). Hecho que además en el parecer de sus curadoras Francisca Délano y Carolina Abell –“Punzante, cuestionador, porque quiere accionar, incomodar o interpelar al otro mediante piezas escultóricas concebidas como acontecimientos vitales atemporales”.

No se trata sólo del tiempo transcurrido, sino de cómo una práctica artística  ha contribuido a hacerse parte del espacio público. Intervención que también corrobora Assler – “El hormigón resiste todo: la lluvia y el ajetreo de la ciudad. Antes en los museos se ponía a la escultura en los rincones para que no molestara. La escultura tiene que ser agresiva, generar impacto, entrar en contacto con la gente.” Acercamiento con el que sin duda, ha sido reconocido nacional e internacionalmente en obras como Conjunto escultórico y Homenaje al Río, Ilustre Municipalidad de Providencia, (Parque de esculturas de Santiago 1988-1989), Conjunto escultórico en Parque de esculturas de Yorkshire (Wakefield – Inglaterra 1991), Homenaje a Jackson Pollock (Parque de Los Reyes –Santiago 1996), Sin título, Plaza Central Kotka, Kotka, (Finlandia 2005) o Hito Geográfico en el centro de Chile (Coronel, Chile -2015) sólo por mencionar algunas de entre las más de 300 obras creadas en este mítico Taller Roca Negra, por este pertinaz inventor de sueños materiales.

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