El escándalo como baza y como premisa
Ayer en la tarde, de camino hacia la Casa Encendida para ver la performance y escuchar la conferencia de Regina José Galindo (quien seguramente sea una de las artistas más comprometidas, sofisticas, elocuentes y valientes del actual panorama internacional del arte), pasé por la Galería THEREDOOM con el objetivo de visualizar la segunda entrega del proyecto FURTIVOS, cuya primera puesta en escena generó una polémica que aún demanda de una revisión crítica (por ambas partes) que dé cuenta, de un lado: el posible desliz y equívoco de una narrativa conceptual que a todas luces resultó un tanto fallida para la mirada de muchos; de otro, la revancha “salvaje” de un sector del discurso animalista queno vaciló en asumir las más peligrosas posturas de un nuevo radicalismo en extremo preocupante.
De la actual propuesta ha de decir que me resulta espléndida y rotunda. Un ejercicio de emplazamiento y de concepto en extremo elocuente, sobre todo a tenor de esos desafueros y escándalos de pasadas semanas, donde una oleada de fanáticos y radicales decidieron –saltando toda barrera del respeto y de la convivencia pacífica- atentar contra la galería en una secuencia de actos que me recordaron las típicas barricadas del terror fascista. Actos que, valga subrayar, no sólo fueron discursivos sino que llegaron a la agresión contra el personal de la galería y el espacio de ésta: ralladuras, escupitajos, e insultos del tipo “esclavistas” (término usado por Rafael Doctor para referirse a Andrea Piedralzar). Situación que condujo, como no podía ser de otro modo, a la intervención policial, una vez que Rafael Doctor Roncero, acompañado de una suerte de secta radical de autómatas enardecidos, se presentara a las puertas de la galería para proferir todo tipo de insultos, descalificaciones y repudios varios, recordando aquellos pasajes nefastos de la Cuba de los 60, cuando a todo aquel que pensó distinto al nuevo régimen y su establecimiento se le llamó gusano y escoria, bajo el slogan ABAJO LA GUSANERA, ABAJO… que se vayan, que se vayan…. Y la, la, la, la, la…
La sociedad, por fuerza mayor, será un espacio de práctica civilizada cuando el (los) sujeto de la actuación y de la modelación entienda, de una “puta vez”, que no supone un conflicto la convivencia en el mismo plano de discursos distintos y de posiciones ideológicas que contravienen la nuestra sin poner en peligro ese ámbito de creencias que consideramos propio. El peligro, el tremendo peligro, reside y se manifiesta cuando la razón del otro ha de ser –por disposición reaccionaria- mi razón, asumida desde el repliegue que implica el aborto a mi capacidad de réplica. Acepto, admiro y aplaudo todo acto cultural y político de resistencia-reivindicación-defensa de cualquier tipo de subjetividad (la animalista incluida), PERO RECHAZO HASTA LA VISCERALIDAD más CONFESADA los actos violentos y de repudio al valor y al lugar de la voz del otro que tiene, como yo, el mismo derecho a arbitrar su discurso con arreglo a sus razones, las que sean. Polemizar no quiere decir desautorizar, rebajar y anular la identidad discursiva del otro: polemizar es confrontar la oleada del pensamiento (de los pensamientos) en el contexto de la diferencia y de los juicios de valor, no lo contrario. Lo otro, eso que hacen los que de repente asumen un nuevo credo, una nueva ideología o una nueva plataforma desde la que alzar la voz, se llama reacción determinista, barricada de la subjetividad y afirmación autoritaria-excluyente. Por tanto, y en virtud de ello, se convierten en voces que de reivindicativas pasan a ser enteramente reaccionarias y de sobras peligrosas de cara a un posible debate social.
Con tan buena suerte, y pese al escarnio público sostenido que padecieron galeristas y artistas que hacen parte de la nómina de la galería (el que aún persiste, bajo otras formas igual de denunciables), el proyecto FURTIVOS sigue adelante y con él la posibilidad de gestionar, cuanto menos, una zona de debate en el rancio contexto –aséptico y reproductivo- de la práctica artística que acontece en el ámbito madrileño. FURTIVOS, para quienes no se han enterado aún, es una plataforma de acción estética y discursiva en la que sistemáticamente irán interviniendo artistas de la galería (o no) en un ejercicio de alteración del sentido y conferimiento de nuevos significados a lo que se entiende como el espacio galerístico al uso, tan propenso, como sabemos, al conservadurismo más ramplón que deja de lado el riesgo y el sobresalto en beneficio del pacto tácito con la complacencia y el confort.
El conjunto de propuestas que irán dibujando la narrativa enfático de este proyecto tendrán, en palabras de los galeristas, “una perspectiva más o menos discursivas, pero siempre fuera de cinta, otorgando al hecho estético un valor y un sentido interpelante”. Predisposición manifiesta que no puedo más que celebrar cuando resido en un contexto intelectual donde la discusión crítica sobre al arte y sus prácticas, se regodea en su ausencia y donde pareciera que la única transgresión visible resulta la infantil pose de cierto artista que todos los días en su muro de Facebook exhibe alguna parte de su cuerpo y, en un gesto de torpe desafío y de un narcisismo de acento filo-gay, nos dice “mamones, que tengáis un puto viernes” o el trabajo de otro artista –todo queda sintomáticamente reducido en el virtuoso orden fálico- dibuja a las mujeres cuales “putas deseantes y sumisas” en una narrativa de la conquista y de las rodillas hincadas. Está claro, obviamente, que existen otros impulsos subversivos y otros desafíos, como los de Santiago Sierra, por ejemplo, pero esos merecen mi consideración crítica más aguda y demandarían un análisis estructural aparte.
En este panorama enrarecido por la anorexia de ideas y la bulimia de estupidez figurativa (y figurante) anclada el dominio retiniano, FURTIVOS, al menos, se anuncia como un proyecto que busca y desea el establecimiento de un posible (y necesario) contexto crítico. La falta de gestión del pensamiento ávido de debate sobre la práctica artística (su lugar y función), resulta directamente proporcional a la hipérbole celebratoria del trabajo que realizan ciertos “curadores” y artistas que podríamos señalizar dentro de la escala del estadio ágrafo o del trasnochado agorero que va diagnosticando históricos males dentro del llamado lugar común del arte. El propio Tresaco, haciendo balance de lo ocurrido, me escribe “cierto es que fue algo polémica nuestra propuesta, sobre todo por el escrache físico y virtual que se produjo; pero en lo esencial cumplió con creces su objetivo de despertar debate y planteamientos incómodos; si bien por poco tiempo porque siguiendo las sabias instrucciones de la policía, fue desmontada la exposición para evitar males mayores, con la excepción de las mierdas que nos regaló el ganado, las cuales quedaron haciendo compañía al solitario urinario durante dos semanas más”.
En la misma línea de reflexión y considerando aquellos aspectos que pudieron hacer peregrinar la que se presupuso como la estructura argumental del guión narrativo de este gesto, Tresaco, ayer tarde, me decía “hablando del unitario de Duchamp deseo aclararte que nada tengo contra; muy al contrario creo que es uno de los brillantes artistas de la historia del arte más reciente a quien se le debe el mayor de los actos subversivos del pasado siglo. El misterio tal vez no tenga misterio y sea en la realidad donde se esconda el verdadero sustrato de la duda epistemológica que debería movilizar toda acción estética. Al final, e irónicamente, tuve el inmenso honor de compartir con Duchamp el hecho de que a los dos nos desmontaran el tinglado los intolerantes y reaccionarios. Por ello, acto seguido, montamos la instalación que has visto, y frente a la que manifiestas un asombra y una complacencia que me agradan sobremanera. En ella, como bien señalaste, se expresa un sentimiento intenso pero constreñido, acotado, reducido a un espacio polisémico en potencia”.
Tan polisémico resulta que, en este caso, se corrobora un desplazamiento hermenéutico que afecta al sujeto de la contemplación, la reacción o el goce. Esta vez, contradictoriamente, se abre un interrogante acerca de quiénes son –en puridad- los bárbaros. La pieza es sofistica en su montaje y pulcra en su articulación discursiva. Es la típica puesta en escena minimalista que sustenta, en su misma sobriedad morfológica, la gracia y el privilegio que comporta cualquier desvío retórico. Es, en esencia, una trampa reactiva que subraya, metafóricamente, los índices de agresión, violación y vaciamiento del discurso del otro frente al espejo del fanatismo y de la intolerancia asumida como bandera. El espacio de la galería se haya tapizado por una especie de tejido con alambres púas. Un elemento que cobra un alto sentido simbólico en un estadio cultural donde la violencia, en todas sus variantes, se ha convertido en el abrevadero de un morbo críticamente patológico. Incluso para aquellos que van de “defensores de buenas causas” la gestión del acto violento deviene en un pretexto que justifica su acción reivindicadora.
La misma Regina José Galindo explicaba ayer tarde, la imposibilidad de separar su obra de la polémica que esta genera, no por el hecho de que su búsqueda se centralice en el escándalo como base y como premisa; si no por la cuestión circunstancial (y esencial) de que su discurso apunta a esas zonas conflictivas y corrosivas donde el poder muestra sus peores actos de violación bajo un amplio repertorio de marcas punitivas. Es precisamente en ese sitio de conflicto y de riesgo donde su ubica la operatoria de su hacer. El arte, lo entiende ella; lo entiendo yo, debe asumir su responsabilidad discursiva que no es otra que política y transgresora. Solo así, de esta única manera, la práctica artística dejaría de presentarse como la pasarela de la sedición para alcanzar el rango de la contestación a través de la voz interpelante.
Hablando de esta disertación de ayer, que considero un hito en el curso de los últimos y aburridos meses del devenir del arte español, me sorprendió escandalosamente la ausencia de periodistas que han devenido en “críticos de máxima autoridad”, lo mismo que la no presencia de toda esa nómina de artistas inscritos en “darán que hablar” y de “comisarios” venidos a menos que lideran el panorama actual con arreglo a una burda repartición del pastel nuestro de cada día. Lo he dicho en reiteradas ocasiones: el mal de este escenario es la triste propensión que nombraría así “me miro el ombligo, luego existo”. Salvo ejemplos puntales no puede corroborar –a vuelo de buen pájaro- la presencia de ninguno de ellos; como tampoco, faltaría más, la participación de ese grupo de reaccionarios críticos que se organizan y parecen solo existir y respirar a la sobra del líder de la barricada animalista. Sigue sucediendo lo mismo, una y otra vez: la certificación expedita de una absoluta falta de interés por aquello que resulta distinto de mí sin que por ello me sea ajeno. Es este, sustantivamente, uno de los signos de esta escena tan gustosa de mirarse en el espejo de lo idéntico y no de lo diferente.
Volviendo otra vez a la tarde de ayer y al privilegio que supone acceder a un debate que se desmarca del dominio del objeto per se, llego a la conclusión que si algo me seduce del trabajo de Regina José Galindo y del proyecto FURTIVOS, que está teniendo lugar en la madrileña galeríaTheredoom, es, precisamente que ambos gestos -con diferente alcance y hondura- actualizan el debate acerca de cuáles son los límites presumibles del arte y desde dónde poder asegurar una actividad discursiva que revele su esencia y su lugar. Como quiera que sea ambos relatos erosionan, a su modo, el sistema dictatorial de categorías de actuación de una estética regente que ha convertido el dominio del arte y su capacidad de interpelación e impulso desobediente, en un repertorio estéril de objetos susceptibles a las maniobras de una labor de signo estrictamente comercial. Lo que aquí acontece, por suerte, es la activación de una operatoria replicante que no comulga con el establecimiento normativo de lo políticamente correcto y deseado. Más allá de esa políticade la sumisión se orquesta el poder contestatario del hecho estético en sí en una suerte de bofetada rotunda en el rostro de ese sujeto que –en cualquiera de sus facetas- resulta convencidamente radical.
Pienso y defiendo con sistematicidad y vehemencia en mis textos, que la práctica artística y el objeto arte ha ser entendido, para el malestar de esa cultura y de ese discurso dominante, como un ejercicio de pertinencia y de eficacia. Pertinencia a la hora de la actualización y remisión al debate subversivo y desestabilizador; eficacia en el modo cómo se canaliza esa discusión y en los recursos que se dispensan para tales fines. FURTIVOS, al menos hoy, reza como el proyecto que incendió el trasero de esta pálida escena.
Candela, yo lo que quiero es candela.
Andrés Isaac Santana.