Benito Rojo | Arqueólogo de quimeras

Desierto de Atacama

como un pájaro se eleva sobre los cielos

apenas empujado por el viento

(Raúl Zurita).

Con el corazón a tajo abierto por un yacimiento de sensaciones encontradas, Benito Rojo (Iquique -1950), va orillando el vacío de la pampa en un encuentro que sobrepasa su propio ensimismamiento o la veleidosa nostalgia, e indaga en un territorio donde su imaginario se mueve a sus anchas. Dejándose llevar por la magnanimidad de una naturaleza pletórica de vacíos y silencios, reconociendo en la materia a su mejor aliada, su contertulia más segura al momento de formular esta Arqueología para una memoria oculta, expuesta en Galería Artespacio con una selección de pinturas, dibujos y obra gráfica de un artista que más allá de la espectral mirada, muestra una tierra desollada que se borronea a sí misma y que reescribe continuamente su historia, pero esta vez mediante luminiscentes pinceladas que hacen que la lengua reseca de la pampa active sus áridas papilas, degustando un sinfín de coloridas texturas.

A partir de ese horizonte inexpugnable colmado de metáforas, el artista genera todo un juego material que no se limita exclusivamente a la exaltación del abandono, sino que despliega un imaginario visual capaz de cautivar al espectador desde el momento mismo en que reconoce los códigos cromáticos del desierto, desperdigados en Arqueología para textos olvidados (Instalación en Salar de Pintados -2014), Carta desde Humberstone (2015) o Geometría para una memoria frágil (2015). Ejes fragmentarios de un inacabado correlato donde resuenan las voces de las latas y el desdentado rictus de la maquinaria. Pero por sobre todo el valor del óxido en la memoria de quien está dispuesto a rescatar desde el doble fondo del alma, imperecederos recuerdos donde la introspección también hace lo suyo.

Un racontto de tonos y matices prolijamente tratados por un autor que evoca inconscientemente parte de su propio registro arqueológico. Entendido éste como un criterio que excede la realidad común (lo que todos pueden descubrir y observar), centrándose en la realidad arqueológica (lo que no puede ser observado directamente, como la estructura y dinámica subyacente de los objetos, personas y sucesos). Son criterios descritos por Kreitler y Kreitler, en Psicología de las Artes (Duke University, 1972) y que hoy anidan en una propuesta donde el paso del tiempo y el simbolismo geográfico, forman parte constitutiva de una memoria que el artista va disimuladamente develando en obras como Teatro, Foso, Río, Baldosas y la magnífica serie de Geometrías: en Naranja, en Verde o en Azul, todas obras realizadas entre el 2015 y 2016.

Ayudado por la intuición, pero también por una meditada racionalidad que da como resultado una propuesta pictórica con autonomía para expresar ese arraigo que el desierto le provoca y que persiste en esta Arqueología para una memoria oculta, como una necesidad de respuesta, que adopta genuinas formas elaboradas desde el inconsciente como una telúrica catarsis, dando lugar a un idioma tan personal como universal. Desde la gestualidad de la mancha, el empaste o el amalgama de terrosos pigmentos que extrae de su imaginaria alforja. La misma desde donde surgen sus fantasías más remotas.

Así el desierto termina siendo el territorio baldío que intermedia entre el alma y un cuerpo que sale al paso de la desolación en la segunda parte de la muestra con Benito Rojo, obra gráfica – dibujos, lugar donde el eros, sutilmente toma posesión, hasta apropiarse de esta quimera y convertirla en una ser que lidia con lo efímero e irreparable, a través de esa Mujer en amarillo (2015), Mujer azul escuadras (2015), Mujer en gris (2016) o Mujer gesto (2016), entre otras obras donde adquiere especial realce la sensualidad de un trazo modulado por esta atmósfera onírica que hace del color una sutil herramienta al abordar temáticas que en paralelo afloran junto a este omnipresente desierto.

En suma, Arqueología para una memoria oculta, apuesta por un emotivo soliloquio, que retoma un hilo conductor presente en la obra de un artista visual que deja el hastío cotidiano para introducirse en un escenario, donde el niño que fue, vuelve con sus pinceles a dar rienda suelta a sus pulsiones interiores. Una travesía en la cual lo inaprensible da cabida para que se aferre a sus fantasmas con el desparpajo de quien conoce la técnica y se da permiso para hacer de este registro arqueológico, un premeditado espejismo, donde el espectador nunca sepa qué es real y qué es ficticio, como un curioso Déjà vu, del cual nunca sabrá, si realmente lo vivió, o fue sólo parte de su desbordado ilusionismo.

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