El hombre llora y hace gestos,
Quien le mueve, es el tiempo.
(Armando Rubio).
El Museo Nacional de Bellas Artes MNBA, abre las puertas de la Sala Chile para exhibir la muestra A través del pintor de Raimundo Rubio, artista visual chileno radicado en Nueva York, quien llama a la reflexión a través de una serie de fotografías e instalaciones, resignificando su pasado y el presente de una civilización al borde del abismo.
En esa permanente disputa por querer impedir su paso, Raimundo Rubio (1956), busca encapsular el tiempo aplicándole una solución salina que al cristalizarse se empalme de algún modo con la historia de Edith, esposa de Lot, convertida en estatua de sal, como castigo divino por su curiosidad, que aquí se solidifica en una muestra donde la salinidad absorbe no sólo instantes simbolizados por una romería de objetos, sino también la soberbia de quienes se creen invulnerables, y como dice Manon Slome, su curadora – “Representan segmentos de instalaciones que conmemoran algo perdido y, a la vez, sirven como homenaje a todo lo que podríamos perder a causa de nuestra indiferencia hacia la vida”
Sintomatología que el autor hace suya al interferir el espacio-tiempo con la intención de establecer un diálogo entre lo cercano y lo pretérito, creando foto – instalaciones oníricas que le permiten macerar aquello que le es clave: sus recuerdos infantiles simbolizados en insectos y pequeños caballitos marinos, estrellas y caracolas, pero por sobre todo ese temido crucifijo que le hacían besar para purgar algún sórdido pecadillo que hoy se hace extensivo a la sociedad en su conjunto, alimentada por la ambición, vanidad y la avaricia.
En concordancia con lo dicho por su hermano Armando – “Aún se disputan la Tierra los hombres, y renacen sordos clamores imperiales”, vemos como en este intento de suspender del tiempo, no sólo está presente el deseo de recuperación de nimios utensilios, sino también el de poner freno a aquello que considera nefasto y que también lo hace notar Roberto Farriol, Director del MNBA, en su presentación – “Se trata del cuestionamiento a un sistema desbordado de producción y consumo, en el cual los desechos y las piezas inservibles, son transformados por el artista, en potencia beneficiosa”.
De esta manera Raimundo Rubio, A través del ojo del pintor, deja su impronta y a la vez hace un llamado a evitar el inminente naufragio que enfrentan la naturaleza versus la tecnología representándolas con una rosa y una solitaria tecla “enter”, en Marie Antoinette (2009) y ese reloj escarchado que observa solitario como el congelado ojo de un cíclope en Tótem (2010). Así lo que aparenta ser una simple metáfora, termina siendo en estricto rigor un remedo de muchas verdades que sin proponérselo van dejando su huella inexorable; tal cual sucede en Sodoma y Gomorra (2009) con esa argolla y esa pulsera que a través del abandono muestran como la juventud y el ilusionismo del amor se van cubriendo de una extraña pátina salina que por un lado da cuenta del desgaste, pero al unísono claman por aferrarse infructuosamente.
Así Rubio hace visible la merma de lo que significa seguir y ser víctima de una multiplicidad de elementos rituales que hoy van quedando en el olvido y que sin embargo recupera mediante el registro fotográfico e instalaciones que incluso forman parte de una colección de obras comisionada por el No Longer Emty de Nueva York, una organización sin fines de lucro que coordina eventos culturales y programas educacionales en edificios desocupados, que ciertamente son parte de esta civilización perdida que se niega a desaparecer y se enquista en nuestro cotidiano como míticos asentamientos donde personas anónimas luchan por sobrevivir.
Lugares comunes que hacen del arraigo un lenguaje propicio para decir Se fue la primavera (2016), y en consecuencia es otra alegoría que excede la literalidad y lo demuestra el texto de Lao Tzu – “Un viaje de mil millas debe comenzar con un simple paso”, inserto en El viaje (2016) donde tanto la mariposa como el escarabajo envueltos en esta nostálgica placa, simbolizan por una parte la paciencia, vista como la capacidad de esperar, pero además la esperanza de que se avecinen tiempos mejores, donde todo florezca.
En suma, este trabajo no sólo está marcado por un fuerte tono autobiográfico, sino por un enigmático halo de preguntas que juegan a su favor desde el momento en que cubre todo con esta mácula o máscara salina que más allá del eczema temporal que deja, devela profundas verdades que subyacen en esas pequeñas cosas que Rubio transforma en un paisaje donde la decrepitud forzosa o el envejecimiento prematuro son la fórmula correcta para desentrañar un mundo adverso, donde la posibilidad de revertirlo permanece eventualmente intacta como una señal que se constata incluso en el color y luminosidad de esos insectos que por así decirlo están – en pausa – esperando el instante para romper esa costra e iniciar su marcha o emprender un vuelo que modifique esta antagónica realidad.
Total como bien decía Armando Rubio – “Al final la verdad es una sola: El hombre nace crece y se evapora”, y antes que eso suceda su hermano Raimundo, A través del ojo del pintor, nos invita a mimetizarnos entre los objetos y suspendernos en el tiempo.