Sobre una tortuga un niño viaja al rededor del mundo buscando la utopía. La experiencia dorada mueve, sin velocidad, pero con seguridad y aplomo los pies del animal hacia la concreta experiencia del sueño. Es una escultura de apariencia robusta e inmóvil que ha dado la vuelta al mundo. Su dueño: Jan Fabre, quien la llevó en viaje hasta la Piazza della Signoria en Florencia, donde deambula hoy.
©Jan Fabre
El pequeño a bordo, sobre el lomo de la tortuga, confiado en el criterio de su móvil aguarda esperanzado y mira el paisaje mientras ocurre el desplazamiento. El artista ha contado, al titularla, que el viaje es en búsqueda de la utopía y el próximo paradero aunque no se conoce, está garantizado, pues la el gran animal no abandona a su fiel pasajero, el que cobija sobre tu caparazón, entre el pliegue de su cuello cansado, pero fuerte para mirar hacia el frente y el futuro, y su gruesa y segura armadura de vestir.
Así como andan hoy, fue como llegaron a la plaza principal de Florencia, donde está la meduza, la réplica del David, el Museo de los grandes florentinos de todos los tiempos al aire libre. Y allí, entre esas centenarias obras vanidosas y elegantes, anda paseando el viajero dorado del andar eterno. Han encontrado lugar momentáneo para tomar un descanso, a algunos pasos del que se dice llamar medidor de nubes.
El medidor de nubes no es un aparato por cierto. Es un hombre y su regla. Un profesional de la ficción, un soñador. Con la herramienta de medición en mano dio comienzo a una tarea que le tiene ocupado hace un tiempo desconocido, y que no postergará su continuidad, al menos en el corto plazo. El hombre vestido de dorado se sitúa en la cima de una escalera con la intención de estar muy cerca del cielo, de tocarlo, contenerlo y, por supuesto, medirlo quién sabe para qué ni con qué propósito. Pero de seguro, empeñado en obtener algún cálculo de magia, una medida de calibre de eternidad.
©Jan Fabre
Allí andan cerquita estos días. La tortuga y el medido son del artista multidisciplinar Jan Fabre quien está tras estos relatos, tras la idea mágica de conservar más cerca de lo terrenal aquello que pertenece al mundo de la intuición.
Es belga. Se desplaza por el arte como tribu nómade, por calles buscando afluencia abundante de un río. El teatro, el diseño, la coreografía, la dirección son parte de su qué hacer diario, pues no se encasilla, se expande. Trabaja en todas las disciplinas que le permitan ir más allá de lo que los límites, supuestamente imponen.
¿Y por qué hablar de él? Porque esta que viene ahora, es una buena historia
Antojadizamente el hombre que engendró a la tortuga gigante que viaja con un niño, sació su intención de vivir en una calle cuyo nombre fuese el suyo y la intervino sin permisos para hacerlo efectivo. El portal de su casa lo indicó y se volvió obra Ha trabajado su inspiración e influencias apropiándose de algunas instancias que marcaron su vida, motivo por el cual llegó a quemar dinero e instalar nominativamente su nombre, con billetes quemados. Ha escrito y usado su cuerpo y su sangre como soporte y herramienta para movilizar sus ideas. Y se ha creado entornos ficticios, un sin número. Se ha evadido de la realidad creándose sus sub mundos, una especie de micromundos suspendidos en base a intuiciones personales para encontrar en ellos la vida, la verdad y sus respuestas.
Y su obra tiene el sello de la búsqueda y de la ubicuidad fluida de los sueños.
©Jan Fabre