Argentina | Fotografía | Raquel Bigio

Observadora, Oyente… Fotógrafa

Raquel Bigio ha experimentado una gran cantidad de soluciones creativas. Sin embargo, la representación de ambientes urbanos es uno de sus temas favoritos. Para hacerlo no dispara cada vez que le de la gana, sino que establece una conexión profunda con cada imagen que captura.

Fundando su trabajo tanto en la imaginación como en una metódica observación, logra superar los límites de la realidad conocida para abrir el paso hacia una dimensión de abstracción metafísica.

La artista recuerda que una lluvia pertinaz caía mojando Paris, envolviendo la capital francesa en una de sus típicas atmosferas cinematográficas. Aquella tarde, teñida de gris, era su última en la Ville lumiere, por lo que decidió salir igualmente a conocer el parque de La Villette. “Al llegar –relata la fotógrafa– estaba maravillada por la luz y por las formas que se proyectaban frente a mí. Pero para mí desconsuelo no tenía la cámara”. Todo su equipo había quedado, efectivamente, en el hotel. Sin embargo, ahí entre las llamativas arquitecturas del famoso parque parisino, mientras no podía dejar de preguntarse cómo solucionar la emergencia, su marido se le acerca y debajo de la lluvia que seguía cayendo le ofrece amablemente una de estas cámaras desechables con cuerpo de cartón. “Lo miraba como si estuviera proponiéndome un absurdo, pero aunque en verdad no tuviera muchas esperanzas respecto al resultado, finalmente pudo más mi pasión por registrar el momento… Y al revelar el rollo ¡Oh sorpresa! Las fotos estaban increíblemente logradas. Lo que importó fue la mirada, la ubicación con respecto a la luz y el encuadre”.

Tal vez sea lo que ocurrió durante aquella tarde lluviosa lo que mejor devela cómo la argentina Raquel Bigio es, antes que todo, una observadora meticulosa de la realidad y de lo que se esconde detrás de ella. Quizás sea justo aquel paseo por La Villette, el ejemplo que mejor demuestra como la artista de Buenos Aires, a pesar del amplio abanico de soluciones creativas que ha ocupado, trata de ser una afinada y refinada oyente no solamente de los sonidos, sino también de los silencios que caracterizan nuestro entorno vital. En fin, probablemente, el “contratiempo” con la cámara de cartón describe a la perfección la poética de esta fotógrafa latinoamericana que, mezclando influencias procedentes de diferentes disciplinas tales como pintura y arte cinematográfica, es capaz de “re-significar” cualquier ambiente aparentemente conocido tan solo con mirar, encuadrar y disparar. “Analizo el encuadre –explica– y, cuando el intelecto y el corazón al unísono se encienden, capturo la imagen. Nunca disparo por disparar. La mirada necesita de una inspiración y de una sintonía con el lugar. Por ejemplo, siempre tuve claro que cada ciudad tiene su lenguaje diferente y un ritmo propio, no siempre perceptible para el ojo que no esté entrenado”.

Pese a que resulte muy complicado ponerle una etiqueta única, se podría afirmar que Raquel Bigio tiene una predilección por las tomas urbanas. En este contexto, la artista porteña intenta escaparse de todo lo banal y de lo ya representado. Por esta razón, esté en Buenos Aires, Los Ángeles o Paris, huye constantemente de los tópicos relacionados con la practica fotográfica masificada, para abrirse –y abrir a quien mire– el paso hacia una dimensión desconocida del entorno que la rodea; fundiendo en sus tomas la experiencia previa como pintora, con una mirada analítica típica de los fotorreporteros, y manejando la cámara, ahora, como fuera un pincel y dejándose llevar por las emociones sanguíneas del instante, construyendo sus representaciones a partir de un armazón de estrictos dictámenes técnicos.

Con la cámara en mano, como arqueóloga, salgo a recorrer el mundo exterior, tratando de descubrir aquello que se esconde bajo las realidades aparentes. Desde el comienzo me imponía como misión alcanzar una obra que trasformara la realidad que había servido como modelo para mis tomas. Y, si mi vocación es la fotografía artística –precisa– creo, sin embargo, que es importante el dominio de la técnica y la capacidad de adaptarla al objetivo que se va a capturar. En mi caso esta precisión técnica está precedida por la intuición y la emoción. La construcción del buen encuadre es el punto de partida que lleva a una composición original. Así cuando mi visión registra este instante, recién entonces oriento el visor de la cámara hacia el objetivo elegido. Sin olvidar nunca la luz, que es el elemento que articula mi obra fotográfica”.

Pues a la hora de disparar, Raquel Bigio, emprende un camino que se relaciona con el descubrimiento de una nueva realidad. O, mejor dicho, el re-descubrimiento de la antigua. El suyo es un verdadero viaje hacia una dimensión metafísica a través de aquellos lugares anteriormente conocidos y ahora capturados tras el clic del obturador. Una experiencia fronteriza alcanzada, por ejemplo, gracias a la técnica (absolutamente clara en las tres obras aquí representadas), de la “ampliación”: o sea la construcción de un nuevo ambiente que rompe las frágiles barreras entre realidad y abstracción gracias a una duplicación simétrica de la imagen capturada.

Es cierto, sin embargo, que entre las muchas técnicas creativas que ocupa Bigio ama sobre todo hundirse en el caos metropolitano para hallar aquellos particulares escondidos y aquellos fragmentos urbanos que en la mayoría de los casos resultan invisibles a los demás y que, al ser extraídos del contexto general, asumen inesperados significados. Así una cúpula de vidrio y acero, parte de una escalera mecánica en la oscuridad, una ventana reflejando otro edificio o una puerta entreabierta, pasan de ser pequeñas partes desconocidas de una totalidad, a trozos visibles de una realidad que, gracias a la observación meticulosa de la fotógrafa argentina, asumen una nueva declinación semántica. Aprendí a entrenar mi ojo –cuenta–, para extraer de una obra mayor un fragmento que vale por sí mismo y que lo convierte en imagen abstracta. Inflexiblemente procuro no reproducir lo obvio y me gusta lanzarme como un alquimista de la cámara, en busca de la piedra filosofal. En esta época de proliferación de la practica fotográfica es muy importante diferenciar entre la afición para reproducir y la pasión para recrear”.

Queda así claro cual es el intento artístico que Raquel Bigio persigue desde sus comienzos, cuando encarando su primera cámara, escogió explorar las capacidades expresivas el medio fotográfico: “decidí articular mis conocimientos justamente a través de la cámara –recuerda–, convencida que era posible construir imágenes con arte pictórico, donde tenían lugar la estética, la perspectiva, la conjunción de colores y en las que la estructuración de formas diera lugar a lo conceptual y a la vez a lo testimonial”. Es por esta razón que, recién terminados sus estudios y después de quedarse literalmente encerrada dentro de su taller frente a un lienzo blanco –sin ir ni para atrás ni para adelante– comenta la artista que salió, finalmente, a recorrer la calle investigándola tras un visor. Recuerda Raquel Bigio, exactamente, como ocurrió en aquella tarde vivida entre las arquitecturas de La Villette bajo la lluvia parisina: “alcanzar esas metas, en la tarea fotográfica, se convirtió en una experiencia maravillosa”.

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