Contradicciones de una abstracción deliberada
A un ritmo veloz aparecen en sus lienzos la personalidad de los colores, las formas y la energía de un trabajo que es parte premeditado y parte involuntario. Del movimiento de su cuerpo y la exploración constante, surge la personalidad de unas pinturas que son 100% materialidad y abstracción inconclusa.
De los materiales y la dicotomía entre decisiones conscientes e inconscientes. De eso se trata casi todo en su obra. El color y la composición son además los ejes de una obsesión encargada de estructurar su trabajo; una obsesión basada en la mezcla de materiales y la combinación de colores que surgen de un momento específico, donde el estado mental del instante, dirige, como en una orquesta, el resultado final de la obra.
El arte en la vida del estadounidense Adrian Negenborn estuvo siempre presente. Y si bien no decidió convertirse en artista de la noche a la mañana, desde muy pequeño, su mano le indicó el camino que debía seguir. El camino de entregarse al arte para encontrarse y definir su obra. Y fue en el Massachusetts College of Art and Design (lugar en el cual obtuvo su Maestría en Bellas Artes) donde entendió que debía buscar, explorar y cuestionarse de forma constante el tipo de artista que quería llegar a ser.
Hoy, esa exploración continúa y es precisamente aquello lo que lo hace seguir adelante para construir una obra en la que explora, en sus palabras, “nociones contradictorias de la abstracción”. Una obra donde lo plano da paso a la profundidad espacial y donde las marcas creadas a un ritmo veloz, se suspenden y se aíslan. Adrian juega con la materialidad de la pintura, esa pintura que nace de un control espontáneo y que al final se rinden dando paso a lo inesperado, al error, a la oportunidad. Es su cuerpo entonces, el encargado de abandonar en el lienzo, el residuo colorido de un material que se presenta frente al espectador de formas muy variadas y personales.
¿En tu obra hay una relación con el “expresionismo abstracto”?
No me considero un expresionista abstracto, éste fue un movimiento que tuvo un significado histórico en el momento que sucedió. Me desplace a tiempo de esa era y no pretendo reproducirlo en mi obra. Sin embargo, siento que uso una sintaxis similar a la que se usa en el expresionismo abstracto en los elementos de mis pinturas. Uso una marca hecha a mano en mis obras que adquieren detalles de las del action painting y la abstracción gestual. Diferente al expresionismo abstracto, mis pinturas no son un intento de revisar las costumbres de la Europa Clásica de la manera en que lo haría un americano rebelde. Las marcas que están en mis pinturas son mucho más melodiosas y deliberadas que muchas otras marcas de pinturas vistas en el expresionismo abstracto. Aun cuando todos los elementos de mis obras están hechos con gran velocidad, el trabajo está circunscrito en un sistema bastante rígido. De forma usual, hay un orden innegablemente predecible en donde las cosas pasan en el momento que se están haciendo las pinturas. Este proceso es lo opuesto a lo que pasa en el expresionismo abstracto. Creo que mis pinturas deben ser parte del patrimonio tanto como el minimalismo y el expresionismo abstracto se los considera dentro de la categoría de recursos no artísticos, como el grafiti y las luces de neón
Al ser una obra que nace de una acción mucho más deliberada u “oquestrada”, el trabajo de Adrian no puede ser considerado del todo, parte del Expresionismo Abstracto, así entonces, sus colores, formas y expresiones, están en una especie de deuda con la herencia minimalista y abstracta como fuentes de “no arte”.
Su proceso creativo, que como él lo llama es una “entidad evolutiva”, ha sido el resultado de un trabajo en el que ha invertido cuatro o cinco años; es la reacción a obras previas en las que trabajó –a su parecer– en exceso. Sólo uno de sus lienzos de hace unos años podían llegar tener de 12 a 15 pinturas cada uno (mínimo) y en ellos invertía semanas enteras. Contrario a esto, Adrian busca ahora crear obras que se oponen de alguna manera a dicho exceso pictórico.
Willem de Kooning, expresionista abstracto, dijo que sus pinturas eran como “atisbos fugaces” y durante toda su vida luchó por definir su identidad como artista. Hoy, Adrian se identifica desde ambos puntos de vista con el artista neerlandés; aún está buscándose y buscando a su obra, como lo hacía De Kooning. Y también está convencido de que la pintura, sus pinturas, pueden ser precisamente eso que dijo el artista, atisbos o señales, tal como lo es la vida misma, transitoria y fugaz. Es justa esa la resolución del trabajo de Adrian; la idea de que las pinturas no tengan que aparecer completas en el lienzo y con una historia puntual detrás.
Pero, aunque no hay narrativa en lo absoluto, sus pinturas desafían, como en un juego, las convenciones de la abstracción y el gesto de las pinceladas; tienen un sentido de objetualidad y presencia espacial; tienen poder en el gesto y de esta forma maravillan al espectador en una experiencia que se presenta como un golpe de energía colorida.
Hoy, después de muchas obras que surgen de la nada para llenar lienzos en blanco y sin significado, el artista continúa aprendiendo; aprendiendo a entender cómo balancear su trabajo en relación al control del gesto; a balancear lo espontáneo y lo meditado; a equilibrar la oscilación entre lo visceral y lo analítico. Por ahora, algo está claro: seguirá haciendo arte y seguirá esperando después de cada proceso a que su obra se sienta bien. Pues sólo así sabe que su pintura está lista.