Argentina | Pintura | Guillermo Conte

De la expedición al tango

Alguien dijo una vez. Que yo me fui de mi barrio. Cuándo? …pero cuándo? Si siempre estoy llegando! Y si una vez me olvidé. Las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja. Titilando como si fueran manos amigas. Me dijeron: gordo, gordo, quedáte aquí. Quedáte aquí.

Nocturno a mi barrio, Aníbal Troilo.

El tango fue una mezcla de estilos, diferentes razas unidas en una composición que dio origen a un baile y música que son un clásico para los argentinos. Esta mezcla fue producto de una expedición a tierras desconocidas en una época en la que un descubrimiento significaba un cambio de paradigma para la cultura entera. Así fue como nuestro continente llegó a manos del imperio español que reconfiguró nuestra historia y dio paso a la conquista, la colonia, las mezclas y el tango. Así fue como, bailando y naufragando, Guillermo Conte, ha hecho su vida, conquistando con el arte y resignificando ciertos conceptos y materiales, moviéndose entre un sitio y otro como si las fronteras fueran una pequeña línea que se borra con sus pisadas. Y en estas aventuras, el artista argentino llega a Santiago de Chile un día martes en la tarde para recuperar un par de obras, almorzar en el mercado central y juntarse en el centro artístico de Vitacura para charlar sobre su historia, sus expediciones y su arte.

Era mediodía. Y así empieza el transitar

Lo recuerdo como si fuera ayer, Guillermo diciendo: siempre he querido buscar algo más que hacer, algo más allá de la pintura. “Mi relación con la pintura empieza en Argentina, de muy niño, en una academia de barrio”, comenta Guillermo, quien luego ingresó a la Academia de Bellas Artes, fue parte del grupo Loc-son y viajó a Nueva York para, desde allá, recordar su patria. Luego, su vida continuó girando y recorriendo países, hasta llegar a Costa Rica, para asentarse sin cesar el viaje, pues su actual representación por la galería Ginocchio de México, lo obliga a este andar constante.

Pero los comienzos fueron algo distintos, más osados, más aventureros. Eran tres amigos, cuyas novias eran hermanas, que se reunían todos los jueves en una pizzería, Conte, Majo Okner y Rafael Bueno, el Trío Loc-son. “Desplegábamos unos plásticos, sacábamos tarros de colores y empezaba un show de pintura en vivo que convivía con músicos, poetas y performers”, esto se hacía en discoteques, en esas noches que los jóvenes viven con pasión y soltura, bailando y disfrutando de las obras.

Luego, viajes a Nueva York y Alemania, para instalarse finalmente en Italia. “Alquilé un taller en una antigua fábrica de pastas, compartiendo estudios con los artistas de la llamada ‘Nuova Scuola Romana’ como Piero Pizicanella, Marco Tirelli, Giusepe Falbo, Giani Desi y escritores como Alesandro Casin y Javier Barreiro”, momento decisivo para su pintura, en el conocimiento íntimo con la materia que deja sus huellas desde el Renacimiento.

Se acaba la hora y vienen las capas

La obra de Conte es borrosa, es nublada, tiene colores, gamas similares y formas cotidianas, y a la vez ha transitado por diversos soportes, estructuras e incluso ha realizado un par de instalaciones, como encerrar peluches en pequeñas cajas haciendo alusión a la claustrofobia –según cuenta, mientras reímos al pensar en los pobres muñequitos encerrados y aplanados.

Guillermo, además, siempre ha sentido admiración por artistas como Pollock, Keruak, aquellos amantes de los caminos, de las búsquedas, de la expedición como la manera mística de “encontrar el camino”, lo que se refleja en la obra Expediciones, donde se ve un hombre a lo lejos con una bandera y letras Kanji entre medio.

El Kanji, es también un clásico en sus obras, una forma recurrente de decir e invocar al pasado que –como las hojas de calco– son puestas en valor a través de sus cuadros. “Recuerdo una pintura, se llamaba Miles, pero el diseño de la trompeta era la de Dizzy; mi hermano había escrito algo sobre ese icono que fue Miles Davis y le sugerí que, a modo de capa, volcara el escrito sobre la pintura, luego siguió escribiendo historias a modo de una bitácora sobre las telas. Con el tiempo se transformó en un ejercicio de escritura automática que incorporo en mis obras a modo de superposición de capas”, señala Conte.

Era la hora de almuerzo y el café seguía repleto. Una hora y media de conversación era el tiempo necesario para que ambos emprendiéramos nuevos rumbos, pero no sin antes aclarar una importante duda ¿de dónde vienen las capas? Visualmente, se reconoce en la obra de Conte una superación del conceptualismo como categoría artística, con toques figurativos y una técnica increíble, sus cuadros gozan de un grosor especial, son hojas de calco sobre hojas de calco, pintadas o no, las que va sobreponiendo para lograr el efecto deseado.

Y en estas capas lo que hay, según Conte: “es un proceso de creación más complejo. Podría asemejarse a la expedición, al descubrir qué irá ocurriendo en el momento mientras ocurre. Hace un rato hablábamos de Italia; de su significado en términos de técnica, hablamos entonces de veladuras, de capas, de las búsquedas, de alguna manera de una expedición hacia el encuentro del color. Picasso decía ‘yo no busco, encuentro’”. Guillermo realiza una obra única en la forma y en el soporte, con innovaciones en la materialidad que permiten una acumulación constante en una especie de manía por encontrar algo. Un algo que lo ha llevado a incursionar como dueño de restaurantes, a viajar constantemente, a crear en base a letras kanji, a momentos de la vida diaria, a dar un espacio perfecto entre las capas para las diferencias del color, a cambiar de estilo tras una llamada de una vieja librería en la que le cuentan de unos cartones de principios de siglo, que fueron encontrados; a lo que él responde sin dudar: “las compré todas”, porque así funciona, así se crea, así es como el tango que lo invita a volver a asentarse en Argentina en un par de años más, lo invita también constantemente a la pintura.

Comentarios

comentarios

No Comments Yet

Comments are closed