Riffo no es un pintor. El Licenciado en Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile se define como un curioso explorador en el universo de lo que puede hacer. Para él y para el grupo de amigos con los que forma el colectivo artístico MICH, el ejercicio del arte es una aventura en sí misma.
Por Javiera Romero M.
Performances callejeras, talleres, pintura. A sus 27 años, Sebastián Riffo ha expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes, ha curado exposiciones en el extranjero y tiene su colectivo, el Museo Internacional de Chile (MICH). El MICH es el grupo de 7 amigos con los que Riffo comparte la idea de que el artista puede hacer su propio camino, fuera del circuito de los concursos y galerías tradicionales. Además de la creación artística, dar vida a una vitrina para artistas y no artistas es una de las misiones del Museo Internacional de Chile, tarea que Riffo aplica tanto en el colectivo como en su carrera en solitario que se nutre desde la catástrofe.
Te llegó la fama pronto.
(Ríe) Es que empezamos a trabajar de inmediato. Salí de la universidad y una de las cosas que comprendí era lo árido de lo que se venía. Ante ese panorama, una de las cosas que para mí fueron importantes fue el trabajar en el colectivo. Nosotros pensamos en esta situación y vimos que habían varias opciones: trabajar de panadero o de cualquier cosa, ir a una galería privada para ver si podíamos mostrar nuestro trabajo o, que fue la opción que tomamos con mi grupo de amigos, inventar nuestro propio lugar, en el que pudiésemos pensar libremente nuestra producción y poder exhibir producciones de otros que nos parecieran interesantes.
¿No te gusta el camino trazado?
No es que no me guste, pero me di cuenta de que era posible crear otro. De hecho, el colectivo que armé con amigos no es un colectivo independiente, sino que somos una gestión autónoma, donde todas las decisiones que son tomadas no dependen de una limitación externa. Nosotros podemos trabajar tanto con instituciones gubernamentales, privadas o independientes.
Me suena a que el ambiente artístico afuera es restrictivo respecto a lo que pueden hacer ustedes como Colectivo Mich.
No sé si son restrictivos, sólo sé que son opciones. Si nosotros nos tacháramos de “artistas independientes”, tendríamos que ser realmente independientes de todo, y no lo somos. Por eso somos autónomos.
¿No es más difícil así?
Sí y no. Conversando con varios amigos que estaban en galerías, les contaba que quería generar mi propio circuito. Todos me decían: “oye, es súper arriesgado”. Pero, en realidad se puede. ¿Qué significa generar un circuito propio? Trabajar más duro, pero hemos salido adelante con todas nuestras cosas. La noción de aventura, con todo lo que implica, es uno de los lemas del colectivo.
¿Y eso se ve plasmado en algún proyecto en particular?
Todas las cosas que hemos hecho tienen que ver con la aventura. Partimos haciendo experimentos en la calle, como instancias de taller de dibujo colectivo. Esos encuentros se llamaron Chile Dibuja, e hicimos varios; es como un nombre pomposo (ríe).
Es como un nombre de un programa gubernamental.
(Ríe) Sí. Es que fue como: ¿por qué no? En paralelo a eso, siempre teníamos esta voluntad de tener un lugar para poder hacer exhibiciones, y el primer experimento lo armamos en la casa de una tía en San Joaquín que se llamaba Espacio EMCO (Espacio Mi Casa Organiza). Con MICH vamos a cumplir 5 años trabajando juntos y hemos hecho muchas cosas; nos invitaron a la feria ArteBA en Argentina, y dijimos: “perfecto, vamos”. Después nos dimos cuenta de todo lo que significaba y la falta de experiencia que teníamos. Nos lanzamos con un stand en el que hicimos una curatoría en torno a los temblores.
¿Eso tenía que ver con el terremoto del 2010?
De todas maneras. Por lo menos mi pintura, y la forma en que dispusimos todo hablaba del territorio. Nos lanzamos con este stand gigante y quedamos súper endeudados y no vendimos nada. Una vez que terminamos ArteBA, dijimos que en realidad nos interesaba trabajar en curatoría; no somos una galería que trabaja con compra y venta de arte, primero porque no manejamos los códigos, y segundo, porque fue bastante árido tener que estar lidiando con algo que para nosotros es súper duro, que es que alguien pase por tu obra y no la vea o no le interese.
Riffo fuera del MICH
Riffo fuera del MICH
Cuando Sebastián habla de su obra, cuenta que la temática es acotada. Sin embargo, en cuanto al uso de soportes, se aventura en explorar desde las alfombras como un lienzo, o la calle como su escenario.
¿De qué habla tu obra?
Mi obra tiene que ver un poco con mi vida. ¿Qué significa “mi vida”? Ir investigando distintas soluciones a un mismo problema.
¿Cuál es el “problema”?
Una de las cosas que desde muy pequeño me ha interesado es la noción de catástrofe. Con el paso del tiempo, empezó a tomar mucho sentido con el terremoto del 2010; yo lo pasé en un piso 14 y pensé que me iba a morir. Después de esa sensación, me hizo conexión que lo que me interesaba desde el arte tenía que ver con ese encuentro con la muerte, pero no una muerte suicida, sino que desde la propia tierra. Mi búsqueda personal tiene que ver con cómo, desde el recuerdo, voy trabajando ciertos paisajes mentales de la catástrofe.
Tienes una conexión con la historia más o menos fuerte.
Sí, me interesa mucho. Siempre me ha gustado estar conectado con lo que está pasando. Yo vengo de San Joaquín, estudié en un liceo/internado público municipal, entonces viví todo lo que es la precariedad académica, o sea, darte cuenta de que no te están entregando la mejor educación.
¿En qué estás trabajando últimamente?
Ahora he estado concentrado en volver a dibujar mucho. Estoy haciendo pinturas de gran formato, collages, que también tienen que ver con la noción de catástrofe. Estoy experimentando. A mí una vez me dijeron “pintor”. ¡No! Tengo 27 años y toda la vida por delante, no puedo ser un pintor ahora. Soy un curioso en práctica de arte. Lo que menos quiero hacer en la vida es limitarme.